Friday, January 8, 2021

la colombiana

         Nos conocimos en la compañía colombiana para la que ambas trabajábamos en Miami.  Cuando yo entré a trabajar, ella ya llevaba varios años en la empresa y como casi la mayoría de empleados, era de Colombia, de Cali exactamente.  Yo era de las pocas peruanas que había en la empresa y al inicio no tenía química con casi nadie, excepto con una argentina que al poco tiempo se volvió una de mis mejores amigas.  Al comienzo no me sentía muy cómoda con la gente que me rodeaba, casi todos eran de Bogotá, Cali, Medellín, Pereira y Barranquilla.  Después de un tiempo y a pesar de las muchas diferencias que diariamente notaba, comencé a llevarme mejor con la gente y a entender un poco mejor las costumbres, frases y acentos colombianos. En realidad no tenía casi nada en común con mis compañeros de trabajo, mujeres en su mayoría, pero poco a poco fui conociendo a la gente y haciendo más amigos, además de la argentina que mencioné antes y que se hizo mi pata desde el inicio.
        A Margarita, la caleña, la vi el primer día que llegué, era una mujer en sus cuarentas, pero aparentaba mucho menos edad.  Era de estatura mediana, delgada y tenía el cabello color castaño claro y lacio, cuando lo llevaba suelto le llegaba hasta la cintura.  Tenía unos ojos inmensos, color verde esmeralda que llamaban mucho la atención apenas la mirabas a la cara. Margarita no era bonita, ni tenía buen cuerpo, pero siempre andaba muy bien arreglada lo que la hacía atractiva.  En todo momento llevaba el maquillaje impecable, las manos y pies con manicure y pedicure francesa y su pelo hasta la cintura brilloso y planchado, siempre perfecto.  Después de un tiempo en el trabajo nos obligaron a amarrarnos el pelo y ella se lo ataba en una cola de caballo que nunca pude entender cómo hacía para que le saliera tan pulcra y ordenada siempre.  A primera impresión aparentaba ser muy seria y hasta un poco hostil, a mi sólo me hablaba lo justo y necesario sobre temas de trabajo, pero luego de varios meses fuimos conociéndonos más y comenzamos a entrar en confianza.   
        Cuando nos tocaba trabajar juntas, que no era siempre ya que habían días que no nos tocaba el mismo turno, era divertidísimo, nos reíamos demasiado haciendo bromas y chistes entre nosotras y con los clientes.  Me enseñó la jerga colombiana, que hasta ese entonces casi no conocía.  Luego poco a poco me fue contando sobre temas personales y más profundos, ya que ella era una mujer muy clásica, fina y así no más no compartía ese tipo de asuntos con cualquiera.  Margarita era soltera y sin hijos, pero me enteré por ella misma de que había estado casada con un colombiano paisa, que era millonario y que ella creía que era narcotraficante, pero recién se había dado cuenta de esto cuando iniciaron el divorcio hacía varios años atrás.  El paisa había accedido a darle una buena porción de su fortuna a cambio de que no se apareciera más en su vida, así que ella decidió irse a vivir a Miami con ese dinero y comenzar una nueva vida en esta ciudad.
        En ese entonces yo estaba casada y comenzaba a tener problemas con mi esposo y recuerdo que ella fue de las primeras personas en incitar a que deje a mi marido y me vaya por mi cuenta.  A pesar de las dificultades que estábamos teniendo, yo lo amaba y estaba enamorada de él y obviamente me parecía demasiado precipitada la recomendación de ella de que debía dejarlo.  Sin embargo, me daba vueltas en la cabeza la insistencia de Margarita y sus consejos para que lo dejara pues primero que nada, me llevaba doce años y obviamente tenía más experiencia que yo, segundo ella ya había pasado por un divorcio feo y por último, me parecía una mujer equilibrada, seria y le iba bien en la vida luego de haberse divorciado.   Margarita era diseñadora de interiores de profesión y tenía un gusto excelente, constantemente me contaba sobre la enorme casa que tenía en Kendall y que ella misma había remodelado y diseñado cada habitación con mucho empeño y dedicación.  Además le gustaban muchos de los pintores y artistas más famosos y conocidos mundialmente; le gustaba la literatura contemporánea y la poesía latinoamericana.  Siempre vestía de manera elegante y recatada, jamás la vi con un escote o pantalón ajustado y sólo usaba ropa de marca y de estilo clásico.  Yo por otro lado, andaba en onda grunge, me vestía con cualquier cosa o usaba camisetas de bandas de rock y metal, llevaba la melena enredada y desprolija y muy de vez en cuando me hacía la manicure con esmalte de color negro o azul. Ella se agobiaba cada vez que me veía las manos con ese tipo de esmaltes o cuando salía con sandalias y los pies los llevaba sin pedicure.  También se angustiaba porque no me depilaba las cejas y sobre todo cuando salía a la calle con el cabello húmedo, cosa que para ella era inconcebible.  En una ocasión, después de insistir mucho logró depilarme las cejas y plancharme el pelo.     
    A pesar de todas estas diferencias, Margarita y yo nos hicimos buenas amigas, conversábamos de todo y la pasábamos muy bien, dentro y fuera del trabajo.  Había un sólo problema, que no se llevaba bien con mi otra amiga, la argentina.  Margarita era una dama y no hablaba nunca mal de nadie sin motivos, pero no era necesario que me lo dijera, yo me daba cuenta de que no la soportaba.   Como yo era amiga de las dos, constantemente trataba de juntarlas para que hiciéramos algo juntas fuera del trabajo, pero era en vano.  Las pocas veces que lo hicimos, se sentía la tensión en el ambiente y simplemente no se llevaban bien.  Luego con el tiempo, a Margarita se le iban escapando comentarios sutiles, pero feos sobre la argentina, que sólo reconfirmaba lo que ya sabía, que no se llevaba bien con ella y sobre todo me iba dando cuenta de que le molestaba mucho que yo sea bien amiga de ella.
    Después de un año aproximádamente, las cosas con mi esposo habían empeorado y Margarita era mi mayor soporte y la que más me alentaba para que lo dejara ya.  Asimismo, el tema entre la argentina y ella se había vuelto insostenible, lo cual era muy incómodo para mi, pero yo igual seguía siendo amiga de las dos.  En esa misma época, la situación económica de la compañía también comenzó a tener problemas cada vez más graves lo que llevó a una fuerte reducción de personal.  Entre el grupo de personas que sacaron estaba Margarita. Yo sí mantuve mi puesto.  A pesar de que le afectó el hecho de que la sacaran de la empresa, económicamente estaba segura pues tenía los ahorros que le había dado el ex esposo narco y además de vez en cuando le salían trabajos de decoradora donde ganaba muy buena plata. 
    Como ya no trabajaba con ella, la veía mucho menos, se sentía su ausencia en el trabajo y la verdad era que la extrañaba bastante.   Muchas veces intentamos reunirnos, pero por mis horarios y la zona donde ella vivía, se nos complicaba constantemente. Hasta que por fin después de un montón de coordinaciones previas, pudimos concretar un día para almorzar en su casa. En el par de años que ya llevaba de conocer a Margarita, nunca había ido a su casa en Kendall de la que tanto hablaba orgullosa, por un lado era porque quedaba lejos de la mía y por otro era el hecho de que mi ex se llevaba siempre el carro que compartíamos en ese entonces y no me dejaba muchas opciones para movilizarme por mi cuenta.  El tema era que siempre nos habíamos juntado en cualquier otro sitio, pero nunca había ido a su casa.  
       Después de tantas coordinaciones y planes, llegó el día en que por fin nos íbamos a volver a ver después de varios meses desde que la habían sacado.  Era un sábado, yo había hecho toda una planificación previa para tener libre ese día y también quedarme con el auto.  Margarita me cocinaría un platillo colombiano que era su especialidad  y yo llevaría un vino. Yo nunca iba por el barrio de Kendall y siempre había vivido en Coral Gables por lo que no conocía casi nada de esa zona, así que imprimí un mapquest con las indicaciones de cómo llegaría desde mi casa hasta la casa de Margarita.  Ese sábado por la mañana se me juntaron muchas cosas que hacer, se me hizo tarde y no pude desayunar más que un café con leche. Más tarde me bañé, me cambié y salí apurada rumbo a la casa en Kendall para nuestra reunión. En el camino paré en una licorería a comprar una botella de vino y con la ayuda del papel impreso con el mapquest me dirigí hacia la casa de Margarita.
       Pasó aproximadamente una hora y luego de dar bastantes vueltas innecesarias finalmente llegué al condominio donde quedaba la casa, que para mí era lejísimos y me había costado una eternidad llegar.  El guardia de la garita de control me abrió la reja una vez que le confirmé a donde me dirigía.  Ella me estaba esperando en la puerta de su casa ansiosa, me indicó a donde estacionarme y por fin bajé de mi auto entumecida y hambrienta, ya que eran casi las dos de la tarde y yo sólo había tomado un café.  Entramos a la casa y ella me hizo el tour respectivo, me fue mostrando todas las habitaciones de la casa y orgullosa me iba contando como se había inspirado para decorar cada habitación. Tenía cuadros de pinturas muy lindas, adornos y souvenirs de distintas partes del mundo  distribuidos con muy buen gusto por toda la casa.  Me mostró todos los rincones, incluyendo su cuarto, que era la habitación principal, tenía un baño gigante y éste un jacuzzi super moderno. Después del tour por toda la casa, nos sentamos en una sala de estar que daba a una linda terraza en el jardín.  Esta terraza fue lo que más me llamó la atención, estaba decorada al estilo paisa, las paredes eran totalmente coloridas y tenía distintos dibujos pintados por ella misma y estaba llena de arreglos con flores de colores.  Los muebles de madera que habían eran todos diferentes y pintados de colores pastel. Cada silla y mueble colocados ahí tenían una historia y un color distinto. También habían montones de macetas que colgaban del tejado de la terraza, todas con flores de muchos colores. 
    Nos sentamos en la salita porque hacía mucho calor afuera y adentro de la casa sí había aire acondicionado.  Ella trajo un par de copas, abrió la botella de vino que yo había llevado, brindamos y nos pusimos a conversar de todo, teníamos mucho de que ponernos al día.  Luego de un rato, me preguntó si tenía hambre y la verdad era que sí, me moría de hambre, ya iba por mi segunda copa de vino y sentía como el alcohol ya estaba haciendo efecto en mi cuerpo y estómago vacío.  Se paró para ir a ver el almuerzo especial que me había preparado y me comentó que aún faltaba un poco, pero trajo un par de empanadas colombianas para picar mientras tanto. Estábamos muy entretenidas, el vino fue haciendo lo suyo y ya se me había anestesiado el hambre gracias al efecto del alcohol. Terminamos la botella que yo había llevado e inmediatamente después Margarita se dirigió hacía el pequeño bar de su sala-comedor y sacó otro vino, descorchó la botella y seguimos tomando como si nada.  Ya picadas las dos y envueltas en nuestra conversación llena de risas, chismes y confesiones, se nos olvidó la comida, el platillo especial que ella me había estado preparando con tantas ansias, quedó en el olvido.  
    No recuerdo mucho de nuestra conversación después de terminada la segunda botella de vino, pero si tengo grabada la mirada penetrante con sus ojos color esmeralda que me observaban fijamente y me decía que era linda y que me merecía lo mejor y que debía divorciarme ya.  Luego se acercó nuevamente hacia el pequeño bar y trajo una botella de aguardiente colombiano, sirvió dos shots y los tomamos de golpe.  Después de varios shots más, ya casi no recuerdo nada de lo que pasó, sólo los ojos color esmeralda que seguían clavados en mí y su voz que insistía con lo mismo, que me merecía algo mejor y que dejara a mi marido.  A pesar de mi borrachera, fue la primera vez que me sentí incómoda por tanta insistencia sobre el mismo tema.  Me levanté del sofá donde estábamos sentadas una junto a la otra y le dije que me prestara el baño, tambaleándome me dirigí hacía el baño de visita que ya me lo había mostrado en el tour inicial de la casa.  Inmediatamente ella me dijo que no usara ese baño, que mejor vaya al baño de su cuarto que era más cómodo y me dio alguna explicación sin sentido, pero igual le hice caso y me fui hacia el baño de la habitación principal.  Una vez ahí me di cuenta de lo ebria que estaba y del hambre garrafal que tenía, mientras pensaba como diablos iba a hacer para manejar de regreso así, pensé "necesito comer algo y tomarme un café urgente", no sé que fue, pero en ese momento recuerdo que sentí una ansiedad enorme, algo no andaba bien. Me lavé las manos y la cara y salí dispuesta a decirle a mi amiga que ya no debía tomar más y que prefería comer algo y tomarme un café.  Ni bien salí del baño de la habitación, la vi a Margarita parada recostada contra la puerta cerrada del cuarto. Me sorprendí al verla ahí delante de la puerta, bloqueando el paso.  Cuando me acerqué para salir de la habitación, me tomó por la cintura y me dijo que no me vaya, que había esperado por este momento mucho tiempo y me empujó sobre su cama king size que estaba un poco más allá de la puerta.  Yo estaba tan borracha que no me daba cuenta de lo que estaba pasando, no entendía nada, pensaba que era una broma, pero cuando sentí su cuerpo encima del mío y a ella tocándome e intentando besarme, me di cuenta de la situación. Entré en pánico, traté de huir, pero ella seguía sobre mí y me estaba desamarrando las tiras del top que llevaba puesto, la pude empujar a un costado y me levanté de la cama rápidamente y fui hacia la puerta que estaba cerrada con seguro. Ella se paró al toque y trató de detenerme, no me dejaba abrir la puerta e iba gritando que me tranquilizara, que no pasaba nada.  Recuerdo que yo le decía que me tenía que ir y ella me decía que me quedará aunque sea para la comida, que ya estaba lista.  Finalmente no sé ni cómo pude salir corriendo, fui a buscar mi cartera que la había dejado en la salita de estar donde habíamos estado tomando toda la tarde. Tomé mi cartera y salí disparada, no me acuerdo ni cómo, ni por dónde, he borrado esa parte de mi memoria, sólo recuerdo a ella gritándome que por favor no me vaya, que no había pasado nada.  Recuerdo estar sentada en mi carro manejando totalmente ebria, sin saber por dónde ir. Logré salir del condominio y apenas pude paré en el estacionamiento de un supermercado para calmarme y ver cómo llegaba de regreso a mi casa ya que no sabía que ruta debía tomar y menos en el estado en el que me encontraba. Estaba alterada y de pronto comencé a llorar, me sentía frustrada por no saber cómo llegar a mi casa y por la situación en la que me encontraba. Saqué mi celular y llamé a mi esposo de ese entonces, él estaba trabajando y le conté de manera general lo que me acababa de pasar para que me guiara y me de alguna idea de cómo regresar.  En esa época no existía waze ni google maps y el mapquest lo sacabas desde una computadora y no del celular como ahora, así que el era mi única esperanza.  Le expliqué que me había perdido saliendo de la casa de mi amiga en Kendall -sin mencionarle lo ebria que estaba y que ella se me había tirado encima- me dijo que yo me la había buscado y que quién sabe a donde me había ido a meter.  Me dio una cuantas indicaciones de cual expressway debía tomar y continuó con el sermón que ya me esperaba mientras yo veía como mi celular iba quedando sin batería. Continué mi camino angustiada y tratando de no pensar en lo que había pasado en casa de Margarita.  Al rato tuve que volver a parar en una gasolinera porque me perdí otra vez, me estacioné a un costado y volví a llamar a mi esposo quien ya estaba alterado también y continuó con el sermón, empezamos a discutir y cuando por fin me estaba explicando como llegar al expressway, mi celular se apagó, se había quedado sin batería.   Bajé de mi auto, estaba asadaza, frustrada, agobiada, sin pensarlo y como un impulso agarré el celular muerto y lo tiré con todas mis fuerzas sobre la pista.  El celular terminó roto en mil pedazos y yo lloraba de rabia y frustración.  Recogí los pedazos del teléfono destruido que estaban regados por la pista de la gasolinera y me senté en mi auto llorando y pensando en qué hacer.  
    Finalmente después de tranquilizarme, de comer algo y tomar una botella de agua, pude regresar a mi casa en Coral Gables.  Era tarde ya, mi esposo había regresado del trabajo, estábamos peleados -otra vez- , me había quedado sin celular y yo no terminaba de procesar lo que había sucedido más temprano con mi amiga.  Nunca le mencioné ni a él, ni a ninguna de las personas que conocían a Margarita lo que había pasado.  Esa fue la última vez que la vi en persona.  Hace un par de años me mandó una invitación por Facebook.  Está casada y es mamá.



Thursday, September 24, 2020

lo que aprendí en el encierro

    Han pasado más de 6 meses desde que se inició la cuarentena en marzo de este año y a pesar de que ya estamos en una etapa de más flexibilidad y de que muchas de las restricciones que teníamos ya han sido levantadas, todavía tenemos demasiadas limitaciones.  Esta nueva normalidad nos está afectando a todos, a unos más que a otros, pero en general todos hemos sido afectados.  Estoy segura de que en estos meses de aislamiento, la mayoría de gente ha reflexionado sobre su vida y sobre lo que es realmente fundamental para todos, como es la salud, la familia, el tener un trabajo, etc. El encierro nos ha servido para darnos cuenta y valorar lo que de verdad importa  y mucho de lo que tal vez antes creíamos que era "esencial", ahora no nos sirve de nada.  
      En estos tiempos de reflexión y de evaluación de prioridades,  he pensado y analizado con bastante serenidad, justamente mis prioridades en la vida. Durante los últimos meses he agradecido casi a diario (casi, porque hay días que quiero matar a todos y maldigo al mundo entero) por todo lo que tengo, por tener un techo, comida, comodidades, pero sobre todo por tener salud yo, y mi familia. Sin embargo, yo particularmente, me siento presa en este país, en esta ciudad, en esta casa. Siendo una persona inquieta, de alma gitana y arriesgada -aunque no parezca-, me siento sofocada. En mis momentos de meditación debido al aislamiento, he pensado en cómo me sentiría si mi realidad fuera otra, pienso que tal vez no la estaría pasando tan mal. He meditado sobre qué estaría sintiendo ahora si hubiera tomado otras decisiones en el pasado, si hubiera ahorrado más plata, si no me hubiera cambiado de trabajo tantas veces o mudado de país.  Quizás si no hubiera gastado todo mi dinero en viajes y juergas en vez de ahorrar para comprarme un departamento o una casa o si hubiera estudiado otra carrera, algo menos "huevero" y en un rubro más esencial, tal vez hoy sí estaría trabajando, pero no, a mi siempre me aburrió lo formal, lo clásico, lo "normal".  
    Hasta hace 7 meses era feliz en mi trabajo, en el aire, en el cielo, saltando de un lado a otro, de aeropuerto en aeropuerto, durmiendo siempre en cuartos y camas diferentes, despertando muchas veces sin saber en qué ciudad estaba o qué día era. Era feliz sin horarios fijos, sin un escritorio, sin computadora, sin ver las mismas caras siempre, porque así soy yo, me aburro rápido de todo y de todos.  He aprendido que a pesar de amar mi trabajo, uno no puede enamorarse de la compañía para la que trabaja. Enamórate de lo que haces, pero no de la empresa, ya que el mundo cambia de un momento a otro y los negocios no duran para siempre. Cuando tu trabajo se vuelve tu estilo de vida, puede llegar a ser perjudicial pues no está en nuestras manos decidir hasta cuando tendremos ese estilo de vida.  Entonces ahí entra el "si hubiera" escogido otras opciones o decisiones a lo largo de mi vida, pero ya está, no me arrepiento de nada, he disfrutado y gozado, así que no hay espacio al "si hubiera".
           También he aprendido que cuando estás sin poder salir por mucho tiempo, encerrado con las mismas personas día tras día, es fundamental que estés a gusto en el sitio donde vives y en armonía con la gente con la que convives.  Antes de la cuarentena, pasaba poco tiempo en casa, la mayor parte del tiempo la pasaba fuera trabajando, así que no le daba mucha importancia al hecho de odiar mi casa, que en realidad no es mi casa, sino casa de mis padres, pero como siempre fui inconstante y movediza no me quedó más remedio que regresar a vivir con ellos en el 2014.  A pesar de que era consciente de que no era sano vivir en un lugar que no es de mi agrado, no hacía nada al respecto.  Supongo que por mi hijo chico, para que esté más acompañado y bien cuidado, tal vez por comodidad, o por dejadez de mi parte, o para poder gastar mi dinero en otras cosas como paseos, viajes y diversión. Antes de toda esta situación de la pandemia, sabía que debía hacer algo al respecto y mudarme, pero no le di la debida importancia, preferí dejarlo pasar y no pensar en eso, no estresarme y vivir el momento, así pensaba. 
       Estoy infinitamente agradecida con mis papás por todo lo que hacen por mí y sobre todo por mi chibolo, pero ahora ya sé con toda certeza que es una mierda no estar cómoda ni a gusto en el lugar donde vives.  Quiero mucho a mi familia, pero ya tuve suficiente de ellos, necesito mi espacio urgentemente y he aprendido la lección a la mala, lo importante que es tener tu propio espacio y que no siempre se puede solo vivir el momento.  En esta situación, me falló mi práctica usual del carpe diem.
        Entre las muchas reflexiones que he tenido sobre mi vida y mis prioridades y lo que he aprendido en estos últimos meses, he llegado a la conclusión de que lo más detestable, insoportable  y abominable del encierro, son las putas clases escolares por internet. !Me tienen harta! Y estoy segura de que muchos sienten exactamente lo mismo. Ya de por si sufría con mi hijo y las tareas escolares que jamás me interesaron mucho que digamos, pero ahora las clases virtuales son otro nivel, no hay punto de comparación.   Una cosa es mandar a tu hijo al colegio temprano por la mañana, que regrese cansado por la tarde, y ya luego te peleas para que haga las tareas por la noche. Los regaños y el mal momento sólo son un par de horas y al menos tienes una buena parte del día libre de ese martirio.   Pero otra cosa es tener a un niño de 9 años desde las 8 de la mañana intentando que preste atención en cada clase y no se distraiga con otros programas o juegos en la computadora. Además están las tareas y trabajitos cojudos que se les ocurre mandarnos a los padres, porque obviamente mucho de lo que mandan a los niños no lo pueden hacer solos  o necesitan supervisión, por lo tanto es trabajo para el papá  o la mamá.  Estoy segura de que todos los que son padres y han pasado por esto me entienden perfectamente.  Siempre me zurré en las tareas y una vez más, me hice la de la vista gorda, prefería no pensar y no preocuparme por el colegio y las tareas, pues la verdad es que nunca me ha gustado eso de enseñar o explicar o el tratar con niños. No tengo paciencia, no me gusta, me sulfuro y pierdo los papeles, así que con mi política de "no me voy a hacer bolas con el colegio", se fue todo acumulando y ahora tengo semejante embolado.  Ahora que el niño ya no está tan chico y las tareas son cada vez más difíciles, estoy jodida y metida en un gran lío escolar.  Recibo correos casi a diario, mensajes por chat, me citan virtualmente para darme quejas y me hablan de talleres de atención, de autoreflexión, de comprometerme  a identificar conductas, acordar metas, completar fichas, propiciar espacios de comunicación, de vacacionales, de clases de recuperación, etc, etc, etc.  Realmente es una tortura, un verdadero sufrimiento.             
        Este martirio me ha llevado a pensar en estos meses de aislamiento en lo dichosos que son todos aquellos que no tienen hijos, o los que los tienen, pero ya son grandes y  no han tenido que pasar la cuarentena con clases virtuales.  ¡No tienen idea del tormento del que se han librado!  De por sí mi hijo siempre fue movido y distraído, no le gusta estudiar y desde que recuerdo siempre tuvo problemas de conducta.  Me he visto obligada a llevarlo al psicólogo y a terapias conductuales casi todos los años, así que realmente la estoy sufriendo.  Es una batalla diaria para que entre puntual a cada clase y no se salga antes de tiempo, para que haga las tareas, que de cada 10 que le mandan, hace 2 tal vez y presionado por mí, o para que no interrumpa a la profesora o a otros niños cuando hablan, que no se distraiga, que no entre a Youtube o al Paintbrush a dibujar, y así cientos de dificultades que estoy atravesando con mi hijo por las fucking clases virtuales.  
    Cuando yo estaba en el colegio nunca tuve problemas de ningún tipo, ni académicos ni de conducta.  Hacía mis tareas sola y mi mamá nunca me persiguió como hago yo con mi hijo para que haga los trabajos escolares.  Era una buena alumna, hasta tuve Honors.  Claro que hacía travesuras y maldades a cada rato -que nadie se enteró es otra historia-, hice bullying a varias compañeras, hacía plajes magistrales hasta 5to de media y me sacaba puro 20 sin haber abierto el libro más que para hacer el plaje. Tuve bastantes momentos de malicia, más que nada por rebeldía, pero era una maestra y jamás me ampayaron ni una sóla diablura, ¡ni una!
    Lo que he aprendido a raíz de este suplicio escolar, es que en esta vida se paga todo, tarde o temprano el karma te llega y te pega donde más duele y sobre todo con lo que más te frustra. Yo estoy pagando todas las que nunca me ampayaron y con intereses altísimos.
    

Saturday, August 15, 2020

noche de rave

     Hace muchos años cuando viajaba por Australia me hospedé en un hostal para mochileros en Coogee Beach, una playa en Sydney, era un hospedaje recontra cool, lleno de chicos y chicas surfers de todas partes del mundo.  Era un lugar bastante relajado, la decoración era super sencilla, pero a la vez moderna.   Recuerdo perfectamente que lo primero que me llamó la atención apenas llegué y mientras esperaba en la recepción que me atendieran, fue que sonaba de fondo "Nice To Know You" de Incubus, en ese instante pensé que era el lugar perfecto para mí.  Al lado de la recepción había una especie de lounge o salita de estar, donde había computadoras para uso común, sillones con cojines de todos los colores, varias hamacas, mesa de billar y un par de refrigeradoras con bebidas y distintos tipos de cerveza para la venta.  Un poco más al fondo se podía ver un comedor al aire libre con las largas mesas de madera, en una de las mesas había un grupo de chicas con facha de hippies que tomaban cerveza y comían papas fritas de una bolsa grande.  Conversaban en un idioma que nunca pude descifrar de dónde era y se reían escandalosamente, parecían sentirse muy cómodas.  A los pocos minutos llegó a atenderme la chica de la recepción.  Era una inglesa de pelo largo y rubio con pinta de surferita y tenía un acento bastante difícil de entender, tuve que pedirle varias veces que repitiera lo que me decía.  La inglesa surferita me explicó que habían zonas para chicos y zonas para chicas, los baños y duchas eran unisex.  Me tocó una habitación en la zona de chicas obviamente, donde dormía con otras 7 mujeres, conmigo éramos 8.  También me dió una llave para que guarde mis cosas con seguro en un cajón de madera que había debajo del camarote donde dormiría. En el transcurso del día fui descubriendo que las otras 7 chicas compañeras de cuarto eran en su mayoría inglesas, también había un par de Nueva Zelanda y una más que viajaba sola, al igual que yo, que era de Suecia. 
    Cuando terminé de acomodar mis cosas y de asegurar todos mis documentos de valor,  me di cuenta de que definitivamente veníamos de países y de culturas totalmente distintas.  Yo era la única que había guardado todas sus pertenencias bajo llave en el cajón de madera, los pocos Dólares y Soles que traía conmigo y el pasaporte peruano que guardaba celosamente como si fuera un bien valiosísimo para esas chicas de primer mundo. Mientras tanto mis compañeras de cuarto dejaban todo regado sin ningún temor, incluyendo el pasaporte, billetera, ropa interior y pastillas anticonceptivas. En todos esos días que estuve ahí, nunca hubo ningún problema con que algo se perdiera, pero yo igual seguí guardando mis cosas con candado.
       Ese mismo día que recién llegué, terminé de arreglar mis cosas, fui a tomar una ducha en los baños unisex, donde me crucé con varios chicos churros mientras salía toda mojada envuelta en la toalla, descansé un par de horas en el camarote minúsculo, y luego decidí ir a inspeccionar la zona.  Ya me había dado hambre y  como no conocía nada ni a nadie, pensé en preguntarle a la inglesa de la recepción si sabía de algún sitio cercano y rico a donde podría comer algo rápido. Me acerqué al mostrador de madera y ahora la inglesa estaba sentada junto con un compañero, era un chico de pelo rubio y dreads, bastante bronceado y con un montón de collares y chaquiras en el cuello. Le pregunté directamente a ella a dónde me recomendaba ir a comer algo rápido y sencillo, en ese momento volteó hacía su compañero y hablaron entre ellos y luego me aconsejó sobre un puesto ubicado en la misma playa donde vendían los mejores fish and chips de la zona.  Mientras ella me iba explicando a donde quedaba con su acento complicado de entender, el chico le iba agarrando la pierna y la miraba con lujuria sin importarle que yo estaba parada ahí conversando con ella.  Al salir del hostel rumbo al puesto de comida de la playa, noté que en la salita de estar al lado de la recepción había un montón de volantes y panfletos de propaganda de distintos bares, discotecas, restaurantes y tours de paseos dentro de Australia. Me pareció perfecto y comencé a tomar los fliers de lo que más me llamaba la atención, cuando de pronto veo la propaganda de un rave donde tocarían varios de los mejores DJs de música electrónica de esa época. En ese tiempo recién se estaban poniendo de moda los tonos rave en Lima, yo había ido a varias de las fiestas más conocidas que se habían llevado a cabo allá, pero nada comparado con el evento que estaba leyendo en ese flyer.  La fiesta era  todavía en varios días así que me daba tiempo de sobra para averiguar más detalles y poder asistir.  Salí del hostal contenta con el panfleto del rave en la mano y me dirigí hacia la playa a buscar los fish and chips y a conocer más la zona. 
    Pasaron varios días de playa y paseos explorando la ciudad y sus bares, y llegó el sábado, la noche del rave.  Después de haberme movido en bus y metro local todos esos días, me sentía cómoda usándolos y a pesar de que el acento en inglés que usaban los australianos se me hacía bastante difícil de entender, después de varios días logré comprenderlo mejor.  Ese día después de haber paseado por distintos lugares, ya por la tarde, pensé en averiguar bien sobre cómo llegar al local donde sería la fiesta, que era en el downtown de Sydney, quería que me den información sobre qué buses debía tomar para llegar.  Me acerqué a la recepción y esa vez no estaba ni la inglesa surferita ni el chico con dreads.  En esa oportunidad me atendió un chico de Nueva Zelanda, era bastante delgado, pálido, con pelo castaño y largo, que se sorprendió cuando le dije que era peruana.  Mostrándole el flyer le comenté que quería ir al rave y quería que me explique como llegar en bus o metro, lo que fuera más rápido.   Parecía complacido cuando le conté que iría, mientras me miraba con los ojos rojos e hinchados, me respondió que también tenía pensado ir terminado su turno ahí en el hostel. En ese momento me di cuenta de que el chico estaba stonazo. Luego de darme algunas indicaciones enredadas de qué líneas de bus debía de tomar para llegar al local de la fiesta, decidí irme a descansar un rato antes de irme al rave.  Entré a la habitación que compartía con las otras chicas y ni bien ingresé, estaba una de las inglesas sentada en su camarote semi desnuda, sólo llevaba puesto un calzón enorme color blanco. Parecía buscar algo desesperadamente entre sus cosas que habían estado regadas por todo el cuarto desde el primer día que yo había llegado.  Me saludó e inmediatamente después me preguntó si tenía condones extras para darle, me mencionó que se le habían terminado las pastillas anticonceptivas hace varios días y que no encontraba los preservativos que pensaba que tenía.  Le respondí que no tenía ninguno y le mencioné lo del rave y si le provocaba ir, me dijo que no tenía mucha plata por lo que no podía, de lo contrario hubiera ido feliz.  La inglesa se puso un vestido playero encima y salió del cuarto a buscar condones, supuse yo.  Me quedé sola en la habitación y me eché a dormir un rato.
        Un poco antes de las 10 de la noche, ya estaba bañada, cambiada y acicalada para irme a la fiesta.  Estaba emocionada, pero un poco palteada por el camino, pues las indicaciones de como llegar del chico de Nueva Zelanda habían sido vagas.  Nunca fui miedosa, más bien al revés, siempre me ha gustado tomar riesgos, así que decidí partir rumbo al downtown con la información que tenía del chico de la recepción. Ya una vez en el paradero del bus, un poco confundida sobre el autobús debía tomar exactamente, pregunté a los que pasaban por ahí y con la ayuda de extraños logré llegar a mi destino.  Una vez que llegué al sitio, que era una discoteca enorme, un local de 3 pisos que desde afuera se veía super moderno, vi que había una larga cola de gente esperando para entrar ya que aún estaba cerrado.  Me acerqué a uno de los hombres de seguridad que estaba ahí cuidando la larga fila y mostrándole el panfleto le pregunté si ahí era el rave, el me reconfirmó que sí, pero me informó que todavía no abrían la puerta de ingreso al local.  En ese momento un chico que escuchó la conversación me comentó que había un bar a media cuadra de ahí a donde todo el mundo iba a hacer previos antes de entrar a la discoteca.  Decidí hacerle caso y me dirigí hacia el pub que me había recomendado.  Una vez que llegué, efectivamente el lugar estaba lleno de gente joven y con pinta de que iban a un rave.  Entré a inspeccionar y no había ninguna mesa libre, el ambiente era agradable, el local reventaba de gente y estaban pasando videos de surf en varias pantallas de televisión mientras sonaba música de los Foo Fighters.  Me acerqué a la barra a pedir un trago, estaba llena de gente y con la bulla era complicado dejarse entender.  Logré pedir un vodka con jugo de naranja -era lo que tomaba en esa época- y miraba a mi alrededor para ver si veía alguna mesita o espacio a donde ponerme, el chico del bar dejó un trago sobre la barra y yo automáticamente lo agarré.  En ese instante una chica que también estaba parada ahí esperando, era bajita, super bronceada y tenía el pelo amarrado en dos trencitas, me miró sonriendo y con acento raro me dijo que esa era su bebida, yo inmediatamente volteé a mirar al bartender quien me confirmó que sí, que era la bebida de ella.  Dejé el trago en la barra y le dije en inglés a la chica que me disculpara que no había sido mi intención agarrar su trago, ella sonriendo nuevamente me dijo que no me preocupara, que no había ningún problema.  En ese momento le llamó la atención mi acento diferente y me preguntó de dónde era.  Le conté que era de Perú y que estaba en el pub haciendo tiempo para entrar al rave, me respondió que sus amigos y ella también iban a la fiesta y que si quería me uniera a su grupo, a lo que accedí sin dudarlo.
      Su grupo de amigos tenía una mesa muy bien ubicada en el bar y ni bien llegué, me hicieron un espacio para que me sentara con ellos.  Eran 6 personas en total incluyendo a la chica, que resultó ser de Nueva Zelanda y luego me fui enterando de que tenía 40 años, el resto de sus amigos eran australianos y neozelandeses y todos pasaban los 40.  En ese entonces yo tenía 24, pero no me importó, todos lucían jóvenes y eran muy agradables, así que me quedé con ellos haciendo previos en el bar.  
        Seguían los videos de surf en la tele y comenzó a sonar "Last Nite" de The Strokes, uno de los australianos al verme cantar la canción, se pasó a mi lado y comenzamos a conversar sobre esta nueva banda que estaba muy buena.  Tenía 42 años y era de Melbourne, se sorprendió mucho cuando le conté que venía desde Lima y más todavía al ver que era pelirroja y de piel muy pálida.  La chica de las trencitas que seguía sonriendo y parecía estar algo picada ya, le dijo al australiano que me invitara un vodka con naranja, que era lo que estaba tomando, él se levantó y fue a traerme otro trago.  Pasó alrededor de una hora y después de varios tragos, entre todos decidimos que ya era momento de ir a la fiesta, así que nos levantamos y nos dirigimos hacia el local a media cuadra del bar de donde estábamos.
        Una vez en la puerta, la cola ya no era tan larga, ingresamos rápido al enorme y moderno club.  Me quedé impresionada de la infraestructura del lugar, en ese entonces sólo había visto discotecas de esa magnitud hacía muchos años en Bariloche, Argentina.  En cada uno de los 3 pisos que tenía el lugar había un DJ distinto tocando, también el sonido y juego de luces eran espectaculares.   En ese momento mi nuevo grupo de amigos me hizo entrar a la zona VIP que era en el primer piso, donde tenían un box reservado y yo no sabía hasta ese momento.  Nos sentamos cómodamente y comenzaron a pedir botellas de distintos licores.  Yo estaba feliz, jamás hubiera podido pagar una entrada de esas y de casualidad había terminado en un box con vista preferencial.  Pasó un rato, y el chico de Melbourne, la chica de las trencitas y un amigo de ella se levantaron y me llevaron por una de las puertas de salida de emergencia del local, el vigilante que se encontraba ahí parecía conocerlos y nos dejó salir por esta puerta sin cuestionar nada.  Salimos a una calle que estaba a la espalda de la puerta de entrada del club, era una calle tranquila, sin gente y sin colas, avanzamos unos cuantos pasos y el chico de Melbourne paró en unas escaleras de cemento, que parecían el ingreso a unas oficinas que por la hora y el día estaban cerradas y a oscuras.  Comentó en voz alta que ahí estaba bien, "I think here is fine" dijo exactamente y el amigo de la chica de las trenzas sacó de su bolsillo una bolsa plástica llena de marihuana y comenzó a armar un troncho.  Una vez listo lo encendió y comenzó a fumar placenteramente. Luego le pasó el troncho a los demás y por último a mí, que al inicio dudé en aceptar porque eran unos desconocidos mucho mayores que yo, pero después pensé "ya que chucha, ya estoy acá" y como estaba media borracha, acepté.  Terminamos de fumar y regresamos a la discoteca por la misma puerta por donde habíamos salido.  
        Después de un rato me sentía más stone que borracha, lo cual no me gustó mucho, pues a mi me gustaba más estar pilas y alegre, que stone pastel.  Seguíamos en el box y el australiano me coqueteaba y me servía más vodka de una de las tantas botellas que habían pedido, luego me fui a la pista de baile con él y nos pusimos a tonear.  La música estaba bravaza y yo a pesar de mi estado, quería ir a los otros ambientes del club a escuchar a los otros DJs, pero él no me dejaba, quería que me quede ahí bailando con él y los demás que también ya estaban en la pista de baile.  Después de un rato, con la excusa de ir al baño logré escaparme un rato de la zona VIP y fui a inspeccionar los otros ambientes que se veían más divertidos y con gente más relajada.  Dí varias vueltas por el local y luego decidí regresar al VIP con mis nuevos amigos, ni bien entré al box el australiano que ya se le veía desorbitado me dijo "open your mouth", yo muy obediente abrí la boca y él puso una pastilla dentro de ella.  En ese instante metí los dedos a mi boca sacándola para ver que me había dado, era una píldora color celeste con el símbolo de Mitsubishi en ella.  La miré, me la volví a meter y me la tragué con el resto del vodka con naranja que me quedaba en el vaso y me fui a bailar con mis nuevos amigos.  Tengo recuerdos vagos de esos momentos porque todo pasó muy rápido, pero me acuerdo que la estaba pasando bien.  Me sentía feliz, pero de pronto me entraron ganas de ir a escuchar a los otros DJs, así que sin dudarlo me salí del VIP y de pronto estaba en el segundo piso rodeada de puro desconocido, de gente con otra onda más casual y relajada.  La música estaba increíble y yo estaba como soñando, pero no podía sentarme ni quedarme quieta, quería y necesitaba moverme.  De un momento a otro no sé ni cómo, llegué al tercer piso de la discoteca, de donde se podía ver desde un balcón el segundo y el primer piso respectivamente.   Era una locura de sonidos, luces y chicos churros bailando al lado mío, hombres por todos lados. Luego en mi estado de fantasía logré darme cuenta de que estaba en la zona gay.  Todos eran hombres guapísimos, con cuerpos esculturales, bailando sin camiseta y yo era la única mujer ahí en medio de todos ellos.  Nunca tuve problema alguno con la gente gay ni nada parecido, al contrario, pero jamás había presenciado de tan cerca ese tipo de situaciones homosexuales tan calientes y fogosas.  Estaba parada bailando en mi sitio en un punto privilegiado del tercer piso donde se veía al DJ tocar y se podía apreciar el juego de luces láser perfectamente, cuando de pronto ví que tenía cada vez más cerca a estos hombres churrísimos con el torso desnudo, bailaban besándose, se frotaban y se punteaban entre ellos, yo seguía siendo la única mujer a la vista. Me comencé a sentir un poco incómoda porque no encajaba ahí y el estado de alucinación en el que me encontraba acentuaba todo lo que sentía en esos momentos.  Me quise ir, me había pasado de vueltas y ya estaba cansada, eran más de las 3 de la madrugada, así que decidí irme sin avisarle a mis amigos del VIP.  
        Intenté buscar la puerta de salida por donde habíamos ingresado a la discoteca, pero no la encontraba, después de dar montones de vueltas por el tercer, segundo y primer piso, no sé ni cómo, finalmente llegué a la puerta.  Salí del local confundida, sentía frío y la piel sensible, mientras trataba de recordar por dónde había caminado a la ida.  Llegué al paradero del bus de donde había bajado a mi llegada, estaba oscuro y no había casi gente alrededor.  No sabía ni cual bus debía tomar, ni si estaba en el paradero correcto, cuando de pronto leo en uno de los carteles de información que los buses funcionaban hasta la medianoche y al día siguiente a partir de las 6 de la mañana.  Entré en pánico, no sabía qué hacer o a dónde ir.   Sentía mucho frío y cansancio y lo último que me provocaba era esperar hasta las 6 el siguiente bus.   Estaba bastante preocupada, quería llorar y en mi estado de locura no podía pensar bien, ni buscar alguna alternativa, me senté en el borde de la vereda, me agarraba los brazos abrazándome a mí misma para no sentir tanto frío y miraba las calles casi vacías, donde se escucha bulla de juerga a lo lejos.  De rato en rato veía gente borracha pasar por ahí, pasaron varios minutos y de pronto ví a lo lejos un chico moreno caminando, parecía que salía de trabajar de alguna cocina por la ropa que llevaba puesta así que sin dudarlo me paré rápidamente y me acerqué a pedirle ayuda.  El muchacho resultó ser de Nigeria y con un inglés que casi no entendía me dijo que el metro estaba funcionando y que él justamente estaba yendo hacia la estación.  Le pregunté si podía ir con él para no perderme y dijo que no había ningún problema.  Caminé un par de cuadras con el chico africano que no me habló ni preguntó nada, yo tampoco le hice conversación pues no me sentía con ganas de hablar en esos momentos.  Llegamos a la estación y él estaba a punto de irse sin decirme más, pero lo detuve y le pedí que me ayudara a comprar el boleto de metro en la máquina ya que no tenía idea de qué tren debía tomar para regresar al hostal en Coogee Beach.  Se le notaba apurado y con ganas de deshacerse de mí, pero igual me explicó que tren y en qué dirección lo debía tomar y también que debía hacer cambio de estación para tomar un segundo tren.  Para esa hora mi estado de alucinación ya había bajado bastante y ya podía pensar con más lucidez.  Cuando me senté en el asiento del segundo tren, mi cabeza ya se sentía un poco más despejada, ya no tenía tanto frío, pero el cuerpo lo sentía destruído.  Era casi de día cuando llegué al hostal, me sentí segura y como en mi casa.  
        Hasta ahora sonrío cuando recuerdo esa noche de rave en Sydney.

Saturday, July 25, 2020

mira lo que te vas a perder

    Los últimos años en que viví en el sur de la Florida, era muy usual que los fines de semana vaya a la playa con mi hijo de 3 años.  Vivíamos en Miami Beach, así que me tomaba de 5 a 10 minutos manejar hasta allá. Como era mamá soltera, yo sola me encargaba de todos los quehaceres de la casa, por lo que mis visitas a la playa eran generalmente cortas y casi siempre estaba apurada porque tenía alguna obligación que hacer más tarde.  Por lo general, iba a la misma playa en la 73 Street de la Collins Ave. Ya conocía muy bien la zona y la mayor parte del tiempo encontraba donde dejar el auto sin mucha demora.  
    Recuerdo un día de playa en particular, era un sábado por la tarde y me sentía bastante tranquila, cosa no muy usual en mí,  ya que siempre andaba inquieta o haciendo algo, pero esa vez específicamente  estaba muy  calmada, no tenía deseos de correr, era sábado y me merecía un día de playa relajado.   El día estaba bonito y el mar delicioso, hasta que a mi hijo le dió un hambre terrible.  Ya se había terminado los snacks que le llevé y ya eran pasada las 5 de la tarde, por lo que creí conveniente que era mejor irnos.  Había llevado un six pack de Michelob Ultra, pero sólo me tomé  un par a pesar de que me quería tomar todas, pues estaba manejando y estaba con el niño. Me puse una salida de baño sobre el bikini, a él lo cambié rápidamente ahí mismo en la arena, luego levantamos las cosas y salimos rumbo al auto.  Mientras caminábamos por el malecón camino al estacionamiento, pasamos por la puerta de un pequeño café cubano que emanaba un fuerte olor a pasteles recién horneados.  De pronto mi hijo siente el olor y me dice que quería empanada, a él le encantaban las empanadas de carne, así que al sentir el olor a pastelitos recién salidos de horno, lo asoció con empanadas y se antojó.  A mi no me provocaba parar en aquel café al paso, minúsculo y sencillo, ubicado a media cuadra de la playa, pero lo pensé bien y mi hijo se moría de hambre, debíamos llegar a la casa y recién comenzaría a preparar la cena.  Además yo me había tomado un par de cervezas, más el mar y sol, me sentía laxada, relajada, así que se me ocurrió que era una buena idea hacer una parada en el café para que él comiera algo y yo me tomaría un buen café cubano para despejarme un poco antes de manejar.
    Entramos al pequeño local y le indiqué que se sentara en una de las tres mesitas que tenían para los clientes, mientras tanto yo haría el pedido a la señorita que atendía en el mostrador.  Había, además de nosotros dos, una muchacha delgada y bastante bronceada, tenía acento español y estaba parada a un extremo del mostrador tomando una colada mientras hablaba por teléfono a un tono bastante alto, por lo que pude identificar su acento.  La cubana que atendía al otro lado del counter me preguntó con su inconfundible acento qué quería ordenar, le pedí una empanada de carne, dos croquetas de jamón y un cortadito bien oscuro para mí.  La cubana super simpática y conversadora me entregó el pedido y me senté junto a mi hijo en la mesita donde me estaba esperando.  Mientras él comía desastrosamente la empanada de carne, yo tomaba mi café pausadamente, pensando en la flojera que me daba regresar a casa a preparar la cena, bañar a mi hijo y continuar con mis labores de madre soltera.  La chica con acento español seguía conversando por teléfono, ya había terminado su colada, sin dar registro de nuestra presencia en el sitio, se retiró sin ni siquiera habernos mirado.  De pronto ingresa un hombre al local, era un tipo en sus treintas, estaba sin camiseta y sin zapatos, vistiendo sólo un traje de baño, era clarísimo que venía de la playa.  Tenía los pies llenos de arena y una toalla en las manos con la que comenzó a sacudirse la arena de los pies.  El tipo era muy atractivo, tenía un cuerpo bien trabajado y un bronceado fabuloso. Se acercó a la cubana que atendía, la saludo como si la conociera de antes y pude notar por su acento que también era cubano.  Pidió una Budweiser helada y se sentó en la mesita al lado de la nuestra.  Apenas se sentó, mi hijo lo comenzó a observar curiosamente y dijo en voz alta: "¿por qué ese chico no tiene camiseta puesta?", "porque viene de la playa, igual que nosotros", le respondí yo, dejando que el hombre escuchara mi respuesta, lo que le dio gracia a él e hizo que iniciara una conversación graciosa con el niño. Entre muchas cosas más, el hombre nos comentó que tenía un hijo de 15 años, que estaba aún viviendo en Cuba con la madre y que estaba esperando poder traerlo de la isla muy pronto a los Estados Unidos.  Yo aproveché la conversación y como para ir tasando la situación, le pregunté por la ex, osea la madre de su hijo y que con quién vivía en Miami.  Vivía solo y era soltero, sin compromiso y le gustaban mucho los niños, al menos eso fue lo que me dijo en ese momento o lo que me quería hacer creer.   Llevábamos un buen rato conversando y luego se levantó y pidió otra Budweiser.  Mientras pedía la cerveza me preguntó si yo quería una, aclarando que él me invitaba.  Por un momento la dudé, me iba a negar, pero luego cedí y le acepté la cerveza.  El tipo me gustaba físicamente, era muy guapo y simpático, a pesar del acento espantoso y de la cantidad de jerga cubana que utilizaba al hablar.  "¡Al diablo! a mi que me importa que hable tan feo, ni que me fuera a casar con él", pensé yo.
    Continuamos conversando y tomando cada uno su bebida por un rato más, mi hijo ya se había parado y estaba jugando a arrancar las plantas que habían en la puerta del local, se notaba que ya estaba aburrido. Sin embargo, la madre, osea yo, estaba super entretenida con el cubano ricotón, que mientras iba pasando el tiempo me iba gustando cada vez más. De rato en rato el niño se acercaba a la mesa donde seguíamos sentados hablando, entraba y salía del pequeño local, intentaba tomar mi celular para ver videos, pero casi no tenía batería, así que se lo quitaba. Le di las croquetas de jamón que aún estaban intactas y se las iba comiendo con una mano mientras que con la otra seguía arrancando plantas y ya tenía ambas manos inmundas. El cubano me preguntaba por donde vivía y yo solo le decía que a 10 minutos de donde estábamos.  Él me comentó que también vivía por ahí cerca en Miami Beach.  Luego se paró y fue al mostrador a pedir su tercera cerveza, preguntándome si yo también quería otra, pero lamentablemente tuve que negarme.  Mi hijo ya estaba aburrido e inquieto y se estaba poniendo pesado, además ya se me había hecho tarde.  Le agradecí por la cerveza y le mencioné que ya debía de irme por el niño, que tenía que preparar la comida y bañarlo, lo que entendió perfectamente y se ofreció a ir con nosotros a mi casa, incluso me dijo que él mismo podía cocinar para nosotros.  A mi me pareció un poco apresurada la propuesta, así que me negué y le dije que tal vez más tarde por la noche, cuando mi hijo ya durmiera podía ir a tomar un trago.  Después de insistir varias veces entendió, pero aún persistía en acompañarme al auto. Le respondí firmemente que no era necesario, que se quedará disfrutando de su cerveza y que hablábamos más tarde. Intercambiamos números de teléfonos y partí hacia mi auto, mientras él nos miraba fijamente desde la puerta del café.
         No habían pasado ni 5 minutos desde que habíamos subido al carro y escuché que me llegaban mensajes a mi celular, pero como estaba manejando ni siquiera miré el teléfono.  Una vez en la casa revisé mi celular y era el cubano que me había estado enviando mensajes para ir a verme. Sólo habían pasado unos 15 minutos desde que nos habíamos despedido en el café y tenía muchas cosas que hacer, se me había hecho tarde, así que pensé que no pasaba nada si le respondía luego. Mientras iba llenando la tina para meter a mi hijo a bañarse, puse agua a hervir para preparar una pasta.  En ese momento el niño se puso a jugar con una guitarra de juguete color azul que hacía un ruido escandaloso cada vez que la hacía sonar.  De pronto escuchaba a lo lejos que entraban más mensajes a mi celular, lo había dejado en la habitación y como estaba en todo el alboroto, no me acerqué a mirarlo.  La tina para el baño y  la olla para la pasta ya estaban listas y rebalsando de agua. Entré al baño, cerré el caño y le gritaba a mi hijo que viniera a bañarse, pero no me escuchaba por el ruido de la guitarra que hacía sonar una y otra vez sin dejar descansar al pobre juguete. Fui molesta a traerlo a la fuerza, le arranqué la guitarra de las manos y mientras lo llevaba hacia la tina, noté que se estaba rebalsando el agua hervida de la olla, corrí a bajar la hornilla y a echar la pasta para que se vaya cociendo. Mi hijo volvió por la guitarra y a hacerla sonar otra vez, yo ya estaba entrando en crisis, también quería bañarme, me moría de hambre,  y quería responderle al cubano.  Bruscamente le quité la guitarra nuevamente, la puse sobre la refrigeradora donde no podía alcanzarla, revolví la pasta y llevé al niño a la fuerza a la tina. Entretanto podía oír como seguían llegando más mensajes a mi teléfono.
     Mientras el chico se iba remojando en la tina, la pasta se terminaba de cocinar e iba sacando la salsa Ragú, fui a revisar mi celular, el cubano me había estado escribiendo que quería ir a verme y que por qué no le respondía.  Yo ya estaba alterada, así que le contesté de mala manera que en ese momento estaba ocupada con mi hijo y que me diera un poco de tiempo.  Volví al baño, para enjuagarlo, sacarlo de la tina y ponerle pijama sin demorarme mucho, pues el aire acondicionado siempre estaba bien bajo y mi casa estaba congelada. Hice todo esto atolondrada porque quería volver a la cocina a terminar la pasta de una vez por todas. Cuando por fin mi hijo ya estaba bien bañado, cambiado y sentado comiendo la pasta mediocre y desabrida que había cocinado, estaba tan estresada que todo mi relajo del día de playa se había esfumado.  Pensé que sí era una buena idea tomarme unos tragos con el cubano, así que fui por mi celular para responderle y me di con la sorpresa que tenía como 20 mensajes de él.  En los últimos había incluido unas fotos, en una de ellas salía echado en un sofá blanco, posando sin camiseta, con el pecho descubierto, así igual a como lo había conocido y luego otra más en la que me ponía: "ya veo que no me quieres ver, bueno, mira lo que te vas a perder", y adjuntaba otra foto de él posando en el mismo sofá blanco, pero en esa estaba totalmente desnudo.  A mi me dió risa, ya había tenido varios episodios con locos psicópatas y por experiencia sabía que lo mejor era cortarla ahí mismo y no darle mucha importancia.  Eso sí, tenía que reconocer que estaba muy bien dotado. 
    Le contesté que sí me hubiera gustado  verlo, pero que había estado muy ocupada y que después de sus fotos no me provocaba invitar a un loco a mi casa.  Pareció que al responderle encendí más el fuego y continuó enviando más fotos de él calato. Me ponía "mira lo que te estás perdiendo" y ahora me mandaba fotos de su pene de cerca, cada vez más y más cerca y desde distintos ángulos. Decidí ya ni gastarme respondiendo a sus mensajes, pero me dejó un poco perturbada y también preocupada, no estaba segura de que tanta información sobre mí le había dado más temprano cuando nos conocimos en el café.  En esa época no estaban de moda los nudes ni nada de eso y todo el episodio había sido muy abrupto.
    Los mensajes incluyendo fotos de su verga y de él posando, continuaron hasta pasada la medianoche.  Al día siguiente y después de analizar nuestra conversación completa, me di cuenta de que no le había dado tanto detalle sobre mí, ni siquiera le había dicho mi apellido, así que me relajé y seguí cagándome de la risa.
     Durante una semana completa continué recibiendo mensajes del cubano psicópata con foto incluída.  ¿Por qué no bloqueé su número?  Porque me gusta llegar al límite y alucinar hasta dónde es capaz de llegar alguien que no está bien de la cabeza.  Así soy yo, además  ya tenía claro que no sabía mucho sobre mi vida, así que me relajé y decidí responderle alguno que otro mensaje sarcásticamente  y burlándome de sus poses, lo que lo enloquecía cada vez más.  Al cabo de una semana finalmente pararon los mensajes y las fotos.  Eso sí, no volví más a la playa de la 73 Street hasta después de varios años. Las últimas veces que he pasado por ahí,  me paso a la vereda del frente para no pasar por la puerta del café cubano.





Thursday, June 4, 2020

concierto de Metallica

    Durante los años que viví en el sur de la Florida, hubo un período en que trabajé para una empresa multinacional conocida a nivel mundial. En ese entonces, tenía contacto directo con ejecutivos de puestos muy importantes y de todas partes del mundo. Tenía jefes de Francia, Alemania, Suiza, Colombia, Venezuela, Chile, Argentina y de otros países. El ambiente era muy agradable, pero serio, ya que la mayoría de estos ejecutivos tenían cargos con nombres pomposos a nivel regional y además, cada país de Latino América les reportaba directamente a ellos, por lo que siempre estaban muy ocupados.  Cada uno de mis jefes tenía su manera de trabajar, sus manías y sus peculiaridades.  Unos eran más especiales y engreídos que otros, pero yo en general, me llevaba bien con todos y mantenía una relación cordial, respetuosa, pero sobre todo muy profesional.  
    En aquella época bordeaba los treinta años o un poco más, era una mujer algo confundida en lo que se refiere a relaciones amorosas, pero al fin y al cabo era una mujer hecha y derecha.  Yo me sentía con total seguridad de que estaba en plena juventud y de que tenía mi encanto.  Además llevaba poco tiempo de separarme de mi ex-esposo, lo cual me había ayudado enormemente a mejorar mi autoestima. Era soltera nuevamente, no tenía hijos, ganaba un buen sueldo, era delgada y me mantenía en muy buena forma yendo al gimnasio dos horas diarias o más, en decir, estaba buena.  Era obvio que en ese ambiente de trabajo en donde predominaba el sexo masculino, me miraran o hubieran cierto tipo de coqueteos discretos entre varios de nosotros.  A pesar de que no soy ninguna santa, tenía muy claro que "donde se come, no se caga", tengo que reconocer que me gustaba provocar miradas algunas veces, estaba recién separada y feliz y era lógico que disfrutara coqueteando  un poco de vez en cuando. Disfrutaba las ocasiones esporádicas en que  me ponía pantalones bien ajustados a propósito para resaltar el culazo y varios de los jefes eran tan obvios observando, pero se hacían los que no miraban.   Sin embargo, nunca me pasaba de la raya y siempre mantenía una postura profesional, al menos en el ambiente laboral.
    Al cabo de un tiempo, llegó a la compañía Johan, una alemán transferido directamente desde la casa matriz en Alemania hasta las oficinas de la Florida.  Johan era un hombre muy guapo, estaba sus cuarentas, divorciado y tenía un hijo adolescente. Era un ejecutivo más de cargo pomposo y yo estaba ahí para ayudarlo en todo lo que necesitara con su mudanza y adaptación en la nueva ciudad y oficina.  Johan era encantador, no sólo era churro, pintón y con buen cuerpo, sino también super agradable y simpático. Al menos yo, me llevaba regio con él y atendía a sus pedidos de ayuda cada vez más frecuentemente. Lo que tenía de atractivo, lo tenía de despistado, pero era tan cautivador que el hecho de que era tan distraído no me importaba y acudía a cada rato a su oficina para ayudarlo o resolverle algún tema logístico de su nueva oficina. 
   Conforme iba pasando el tiempo, Johan  y yo fuimos tomando confianza y cada vez conversábamos  más sobre temas que no eran laborales y nos moríamos de la risa bromeando o haciendo chistes sobre la seriedad de los demás ejecutivos estresados y siempre ocupados y que nunca parecían tener tiempo para reír.  Pronto descubrimos que ambos teníamos un tema en común: el gusto por la música, específicamente por el rock y el heavy metal.  Cada vez era más frecuente que me llamara a su oficina para que escuchara algún disco nuevo de alguna banda que nos gustaba a los dos.  También intercambiamos música en varias oportunidades y él estuvo muy agradecido cuando le quemé un CD  con el famoso Chinese Democracy que acababan de lanzar los Guns 'n Roses.
    Yo solía ir a todos los conciertos de las bandas que me gustaban y como en ese entonces la oficina quedaba cerca de uno de los estadios donde más se llevaban a cabo estos eventos, no me perdía nunca un buen recital, iba prácticamente a todos los que me provocaba. Por supuesto que le contaba después a Johan de la experiencia, pero él como ejecutivo importante que era, viajaba muy seguido por trabajo, por lo que no podía asistir casi nunca a estos conciertos que yo sí.  De pronto llegó un momento en que cada vez que alguna banda de rock anunciaba gira por el Sur de la Florida, Johan proseguía a comprar entradas para él y una adicional.  Luego me llamaba a su oficina para contarme, hasta que por fin, un día se atrevió a invitarme para ir juntos, ya que como dije, la mayoría de veces yo iba por mi cuenta a estos recitales.  Cada vez que acordábamos en ir juntos a un concierto, le surgía un viaje de trabajo y obviamente no podía dejar ir.  Casi siempre me regalaba los tickets para que yo vaya con quien quiera y nunca me cobraba por ellos.  Algunas veces yo no podía por algún motivo, estaba de vacaciones, salía de la ciudad o lo que fuera.  En otra oportunidad me regaló la entrada para ir a ver a Disturbed, pero me pidió que llevara a su hijo adolescente, lo cual no tuve ningún problema en hacer.  Lo gracioso del asunto es que, por el motivo que fuera,  jamás coincidíamos para ir juntos.  Hasta que finalmente, después de montones de tickets regalados y de conciertos a los que él no pudo asistir, llegó el mega esperado concierto de Metallica y esta vez Johan sí estaría en la ciudad y no tenía ningún viaje programado para ese día. Él compró las entradas para su hijo, el amigo de este, para él y para mí.  
    Las semanas previas al concierto hablábamos constantemente del tan esperado evento, ya estaba confirmado que iríamos los cuatro juntos, pero como Johan debía llevar a su hijo y al amigo de este, quedamos en que lo mejor sería encontrarnos a cierta hora en la puerta del estadio. Por mi no había ningún problema, ya que saldría de la oficina e iría directamente al coliseo.  Llevaría un maletín con mi ropa y me cambiaría la vestimenta de trabajo por el atuendo rockero, como siempre hacía sin problema.  Llegó el tan esperado día para mí y yo suponía que para Johan también, finalmente iríamos a un concierto juntos, por primera vez ambos veríamos a Metallica en vivo y por primera vez, nos juntaríamos fuera del ambiente de trabajo.  Yo estaba emocionada, no era que estuviera enamorada de Johan, para nada, yo estaba ya involucrada en otra relación inestable emocionalmente hablando, pero me parecía tan seductora la idea de involucrarme con un tipo como Johan que hasta ahora pienso que estaba forzando la situación para que me enamorara de él.  La noche anterior al concierto, preparé mi traje de oficina, muy clásico y profesional, como casi siempre, excepto las veces que me daban ganas de seducir y me ponía mi pantalones bien ajustados para que me miraran el trasero. Luego preparé mi maletín que dejaría en el auto con mi atuendo para el concierto  y me cambiaría en el estacionamiento del mall que quedaba frente al estadio y todos los asistentes utilizábamos para no tener que pagar los 20 dólares que costaba el parking del coliseo.  Normalmente era muy relajada con la vestimenta y solía ponerme cualquier camiseta rockera, un blue jean y zapatillas para asistir a un concierto, pero esta vez tenía que ponerle un poco más de esfuerzo a mi outfit, ya que finalmente saldría con Johan y era la primera vez que nos veríamos fuera de la oficina.  Tenía que ponerme algo bien rockero, pero a la vez sexy.  Opté por unos pantalones negros de cuero, bien ajustados que resaltaba mi contorneado derriere, unos botines Dr. Martens y un top negro con el logo de una banda conocida de Heavy Metal.
    El día del concierto, salí del trabajo rápido y manejé rumbo al coliseo, me encontraría con Johan, su hijo y el amigo, a las 7 en punto de la noche. Me estacioné, como siempre lo hacía, en el gigantesco parking del centro comercial enorme que quedaba al frente para ahorrarme los 20 dólares. Tomé mi bolso y procedí a cambiarme de ropa adentro de mi auto. Era alucinante ver mis transformaciones de look oficinista, a look rockero, aunque ya estaba acostumbrada a hacerlo, esta vez debía ponerle más empeño, dada la situación. Terminé de cambiarme, me retoqué el maquillaje haciéndolo algo más recargado y finalmente me solté la melena salvajemente. Bajé de mi carro creyéndome una rock star, guardé el bolso en la maletera llevando solo lo esencial y apresurada partí  caminando hacia el estadio.  El estacionamiento donde estaba era inmenso y desde donde había dejado el auto debía caminar un tramo bastante largo.  De pronto me llamó la atención cómo la gente se daba toda la vuelta por el costado, bordeando una especie de campo  que estaba cubierto de vegetación y que atravesaba el estacionamiento haciendo mucho más larga la caminata, "gringos huevones", pensé yo.  Se me ocurrió que cruzaría a través de este terreno tapado por plantas y así cortaría camino, como toda una vivaza.  Creyéndome  la muy pendeja decidí cruzar este campo, cuando de pronto mis Dr. Martens se empiezan a hundir lentamente en la superficie; pensé que estaba pisando un poco de lodo y tontamente aceleré el paso supuestamente para pasar rápido el fango, cuando de pronto me hundí cada vez más y más.  Me había metido en un enorme pantano.        Estaba hundida hasta más arriba de la cintura, atascada en la espesura de las plantas,  con esfuerzo y harto trabajo logré salir. Sin embargo, tenía un gran problema, no podía presentarme así en la puerta del estadio, donde Johan ya me estaba esperando, estaba literalmente embarrada hasta el cuello y cada una de las Dr. Martens tenía medio kilo de barro dentro.  Tuve que regresar apurada a mi auto para intentar lavarme  y ver que hacía, siempre guardaba un bolso con ropa extra para el gimnasio y también ropa de playa.  Revisé mis opciones y ¡oh, no! No tenía  ninguna prenda como para la ocasión, principalmente zapatos, pues lo único que tenía en ese momento era un par de Havaianas color rosa y un vestidito playero muy florido, eso era todo. No tenía remedio, debía ponerme el vestido blanco de flores y los flip flop color rosa. Las Dr. Martens estaban fuera de servicio. Me cambié apurada otra vez, pero ahora no me sentía como una rock star, me sentía realmente una idiota, no sólo por que estaba yendo a ver a Metallica en vestido playero y con flip flops rosadas, sino porque me había metido a un pantano por creerme la viva.  Terminé de cambiarme, pero estaba toda sucia y con el vestido y los slaps se me veía el barro en las piernas y en los pies, así que tuve que ir a uno de los bares del gigante centro comercial y pedir prestado el baño para poder limpiarme y arreglarme un poco.  
    Salí del bar ya más refrescada, pero estaba enojada conmigo misma por ser una pelotuda y obvio porque mi plan no estaba saliendo exactamente  como quería y venía esperando mucho tiempo por este momento.  Además ya eran más de las 7 de la noche y yo seguía en el mall, debía cruzar al frente para encontrarme donde habíamos quedado. Pasada las 7:30, llegué a la puerta y por fin me encontré con los chicos.   Ni bien llegué, me dio la impresión de que Johan estaba decepcionado, como buen alemán, me había estado esperando desde las 7 en punto y yo llegaba tarde a nuestra primer concierto juntos tan esperado por los dos.  Asimismo, noté que me alucinaba por presentarme con look playero para ver a Metallica.  Johan no hablaba nada de español, siempre conversábamos en inglés y esta vez mientras me disculpaba por llegar tarde y le intentaba explicar lo que me había sucedido, en inglés, estaba tan atolondrada que no lograba expresarme bien, noté como me miraba los slaps color rosa que llevaba puestos y los pies, aún algo sucios y con barro en la uñas.  Yo continuaba tratando de explicarle el por qué de mi tardanza, pero los chicos ya estaban inquietos y el concierto estaba por comenzar.      
    Finalmente ingresamos al coliseo y fuimos a nuestros asientos, Johan me invitó un par de cervezas en el tiempo que duró el espectáculo, que estuvo genial, lo disfrutamos al máximo, pero algo pasó, la química que teníamos siempre en la oficina se había ido.  Jamás supe qué fue exactamente lo que sucedió esa noche de concierto tan esperada y que yo en cierta forma, esperaba que pasara algo entre los dos, pero algo se quebró entre nosotros.  Las siguientes semanas nos vimos como siempre, sin embargo, el encanto había desaparecido. 
    Hasta el día de hoy me pregunto qué habría pasado con él si no me hubiera metido  al pantano esa noche del concierto.
    


Wednesday, August 27, 2014

la casa del vecino

    Cuando éramos niños, mis hermanos y yo, salíamos a la calle a jugar con los otros niños del barrio, que era lo más normal en esa época, allá por la década de los 80s.  Teníamos varios amigos y amigas, de distintas edades y la mayoría vivía en nuestra misma cuadra. Éramos un grupo grande y nos divertíamos un montón jugando a las escondidas, policías y ladrones, a la chapada, matagente, y todos esos juegos que antes era lo más normal de mundo. No existían los teléfonos celulares, ni las tablets, y mucho menos el internet. Lo único que existía era la televisión y la mayoría de familias compartía una misma TV entre todos los miembros de la casa.  
    Mi familia es numerosa, somos varios hermanos y hermanas, pero felizmente mi padre siempre estuvo bien económicamente hablando.  No éramos millonarios, ni nos sobraba la plata, pero todos asistíamos a buenos colegios, veraneábamos en el Club Regatas, hacíamos viajes familiares una vez al año, mi papá cambiaba de auto cada cierto tiempo, y en general, nunca nos faltó nada, a diferencia de algunos de los niños del barrio que jugaban a diario con nosotros.  Había una niña en particular, Yesenia, que vivía a unas cuantas casas de la mía, pero esa casa no era precisamente de su familia.  Yesenia era la hija de la empleada doméstica que trabajaba en aquella casa.  Los dueños de esta vivienda eran unos señores mayores, unos ancianos cuyos hijos ya eran grandes y habían hecho su vida aparte, por lo que ellos permitían a la empleada, que vivía con ellos, que viviera con su hija de 10 años.  Yesenia, que era parte del grupo de niños que salía a jugar con todos los de la cuadra, obviamente no tenía los mismos privilegios que casi todos nosotros, pues la casa donde vivía no era de ella y obviamente su madre, la empleada de la vivienda, no tenía las mismas comodidades ni el mismo acceso económico que nosotros.  
    Yesenia asistía a un colegio humilde, su madre no tenía auto y tampoco hacían viajes familiares a Miami, a visitar los parques de Disney, como mis hermanos y yo, y como varios de los otros niños del barrio.  A pesar de estas diferencias sociales, Yesenia era querida entre todos y era parte del grupo. Yo particularmente, me llevaba estupendo con ella,  es más, era la niña con la que mejor me llevaba de todo el resto.  Yesenia era morena, tenía el pelo negro, ojos saltones y labios gruesos; también tenía una panza abultada que se asomaba por los polos cortitos que siempre usaba.  Era todo lo opuesto a mi, que era blanquiñosa, pelirroja, desabrida y flaca sin panza.  Pero además tenía una característica en particular, Yesenia era malévola, igual que yo.  Esta peculiaridad hacía que seamos muy amigas y camaradas. En ese entonces ella tenía 10 años y yo 12. Planeábamos travesuras juntas a cada rato, ella me contaba anécdotas que sucedían en la casa donde vivía y de todas las cosas que "los jóvenes" -como ella les llamaba- hijos de los ancianos dueños de la casa, habían dejado en sus antiguas habitaciones, y ella, como niña curiosa que era, revisaba y espiaba meticulosamente.  Conforme me iba contando lo que hallaba en aquellas habitaciones casi abandonadas, yo le iba dando instrucciones de que debía hacer. Yo era el cerebro de las confabulaciones y ella hacía caso sin titubear, pues mis ideas siempre parecían agradarle mucho.
    En una oportunidad, me contó que había encontrado en uno de los cajones de la habitación de uno de "los jóvenes", muchas revistas con mujeres desnudas y hombres que las tocaban.  Como era costumbre, la adiestré en que debía sacarlas de la casa y traérmelas para mirarlas juntas. Ella obedeció e hizo caso a mis indicaciones. Después de curiosear las revistas al revés y al derecho, debía regresarlas a su sitio nuevamente, pero había un pequeño problema: Yesenia no tenía llave de la casa para volver a entrar pues, era una niña y obviamente todos tocábamos el timbre para que nos abrieran la puerta.  En su caso, la que abría la puerta de esa vivienda era su madre.  Yesenia fue descubierta por su mamá, que había estado espiando el material semi pornográfico de los jóvenes y fue castigada por varios días sin salir a jugar con los niños de la cuadra.  Ella muy fiel y leal a mí, nunca mencionó mi nombre en el episodio de las revistas de calatas.
    Un día entre las tantas novedades e historias que me contaba de la casa de los señores ancianos, mencionó la gran cantidad de fósforos, velas y bencina que había en la alacena de la cocina. En esos años vivíamos entre apagones y era costumbre tener todo esto en tu casa. Le di claras indicaciones de lo que tenía que hacer y cuánto de este material debía sacar para que su mamá no sospechara del hurto. Debía tomar un par de cajas de fósforos, suficiente papel periódico y un pomo de bencina. Pero debía meter los materiales en un bolso o mochila para que nadie la viera.  Yesenia hizo todo tal cual, salió de la vivienda con los materiales y le indiqué que iríamos al parque ubicado a la espalda de nuestra calle, que en esa época estaba totalmente abandonado y descuidado, así, nadie nos vería. Cuando le avisé que íbamos a prender fuego, Yesenia me miró fijamente sin decir nada, se le iluminaron los ojos, se mantenía en silencio, pero su mirada lo dijo todo, ¡era una idea genial!.
    Caminamos una cuadra hacia el parque, vivíamos en una zona residencial, muy tranquila y el parque semi abandonado estaba completamente deshabitado. Le indiqué que debíamos buscar una guarida para tener más facilidad para iniciar el fuego y el monumento de cemento ubicado al centro del parque era perfecto. Era una especie de monolito que para mí, tenía forma de nave espacial y los muros que lo rodeaban nos servirían, ya que corría bastante viento. Sacamos de la mochila los implementos, tomé unas cuantas hojas del papel periódico, las arrugué y las empapé con la bencina, Yesenia me observaba y luego hacía lo mismo con su parte. Agarré una de las cajas de fósforos y al tercer intento logré encender uno que lo tiré inmediatamente al periódico bañado en bencina.  La bola gigante de papel se encendió automáticamente y Yesenia y yo mirábamos el fuego felices, era como una especie de ritual que estábamos destinadas a celebrar, de pronto Yesenia dijo que ahora le tocaba a ella encender su propio fuego. Se agachó para tomar la caja de fósforos y sin darse cuenta derramó el pomo de bencina que estaba mal cerrado.  En ese instante se le prendió fuego a su zapato, parte de su pantalón y el fuego se esparció por toda la maleza que había alrededor nuestro y los periódicos que estaban en el piso. Fueron unos segundos en que pensé que Yesenia iba a morir quemada y yo saldría en todas las noticias de la nación como la niña que incendió un parque.  Mi reacción fue rápida y eficaz, para ser una niña de 12 años.  Tomé la mochila de Yesenia y la utilicé para apagar el fuego de su zapato, pantalón y luego continué pisando las malezas que comenzaban a esparcirse por el parque.  Terminé con mi acto de heroísmo y Yesenia estaba paralizada. Tenía los ojos llorosos y más saltones que nunca.  Estaba sudorosa y colorada por el calor del incendio.  Yo también estaba acalorada y muy nerviosa. Recogimos la mochila que estaba un poco quemada, lo mismo que su zapato y su pantalón, guardamos los materiales y partimos de vuelta a nuestras respectivas casas.  Mientras caminábamos de regreso le iba diciendo que jamás podía contarle lo que acababa de ocurrir a nadie, mucho menos a su madre, debía inventar cualquier cosa si le preguntaba por su mochila y por su pantalón quemado.
    Entre las tantas chiquilladas que hacía junto con Yesenia, recuerdo claramente cual fue la que tuvo peores consecuencias. Esa vez estuvieron involucradas mis hermanas, a quienes también lograba envolver en mis travesuras e ideas malvadas y ellas, en aquellos tiempos, nunca dudaban en hacer caso a lo que su hermana mayor les proponía.  Era un sábado por la tarde, y ahora se me había ocurrido que tocaba pintarrajear las paredes de la casa del vecino de enfrente.  Teníamos que arrancar los geranios del jardín de la misma propiedad y utilizaríamos los pétalos rojos de estas mismas flores para pintar las paredes.  Yo les iba dando las indicaciones de a donde iba pintando cada una, éramos 4 niñas y todas las paredes externas debían estar pintadas.  Una vez concluido el trabajo sucio, continuamos despreocupadas con nuestra rutina de juegos como si nada pasara. 
    Al día siguiente, que era domingo, alrededor del mediodía toda mi familia y yo nos íbamos a almorzar a la calle, como solíamos hacer casi todos los domingos.  Se abrió el portón automático de mi casa, mi papá iba sacando la camioneta del garaje, yo iba saliendo de la casa y mientras cada uno de mis hermanos se iba  acomodando en la camioneta, éramos una familia numerosa así que nos tomaba bastante acomodarnos todos en un solo carro, noté que afuera de la casa del vecino de enfrente estaba Yesenia llorando.  Estaba parada junto a una de las paredes que ayer habíamos pintarrajeado con los geranios arrancados del jardín de la misma casa.  A su lado en el piso había un balde y ella sostenía un trapo en la mano que luego se agachó a remojar en el mismo balde y prosiguió a limpiar la pared manchada con nuestros trazos.  Me quedé detenida mirándola sin saber qué hacer, ella volteó y nuestras miradas se cruzaron, ella con lágrimas en los ojos continuó limpiando la pared con el trapo mojado. En ese instante mis hermanas, que eran cómplices, también se dieron cuenta de lo que estaba pasando. Las tres nos subimos a la camioneta y nos fuimos a almorzar con mi familia mientras Yesenia nos veía partir. 
    Pasaron unos días y por intermedio de otros niños con los que también jugábamos en la calle, nos enteramos de que la vecina de enfrente, dueña de la casa, había ido a tocar la puerta de la propiedad de los ancianos donde vivían Yesenia y su madre y les había exigido que limpiarán las paredes pintadas. La mamá de Yesenia le había reclamado que nosotras también éramos parte de la palomillada, pero la señora no creía posible que nosotras, unas niñas de buena familia, podíamos ser capaces de hacer semejante fechoría. 
    Mis padres nunca se enteraron de lo sucedido y esa fue la última vez que ví a Yesenia.  Más adelante los niños del barrio sólo comentaban que su mamá ya no trabajaba en esa casa.






Tuesday, August 20, 2013

hijo enfermo

    Una de las peores experiencias que he tenido como mamá, siendo madre soltera y primeriza, ha sido tener a mi hijo chico, enfermo.  No es sólo por la tristeza que te causa el ver a tu niño sintiéndose mal, sino porque todo alrededor de esto es complicado. Primero, el saber qué es exactamente lo que tiene o por qué se siente mal, ya que cuando son tan chicos no se saben expresar del todo. Segundo, cómo hacer para que se sienta mejor sin tener que recurrir a un doctor o clínica, en el caso no sea tan urgente, claro está, y finalmente, lograr que se tome las medicinas adecuadamente.  Esto último es toda una odisea y creo que ninguna mamá se ha salvado de este drama de hacerle tomar un remedio a un niño pequeño.
    Recuerdo una ocasión en particular en que me escapé temprano del trabajo ya que mi jefe, el vice presidente de una compañía multinacional, se encontraba en Europa en viaje de negocios y por la diferencia horaria, estaba segura de que ya no me necesitaría por el resto del día.  Asimismo, casi todos los ejecutivos de la oficina también estaban de viaje. Había cumplido con todos mis pendientes y ya no había mucho que hacer ese día, así que decidí salirme un poco antes para irme a la playa. El día estaba precioso, el cielo estaba despejado y con un sol espectacular.  Además quería aprovechar el horario de verano, ya que durante esta temporada recién anochecía a partir de las 8 de la noche, así que salí apurada antes de las 5pm, que era mi hora habitual de salida. Subí a mi auto apresurada, hacia bastante calor y se sentía humedad en el ambiente, encendí el aire acondicionado al máximo mientras de manera atolondrada buscaba algo de música para poner.  Puse el Sand In The Vaseline de los Talking Heads, entretanto iba manejando por Coral Gables y cortando camino por las calles con nombres en español, tratando de evitar las avenidas más congestionadas.  Sonaba "Psycho Killer" y estaba entusiasmada por la tarde de relajo que me esperaba, no todos los días de semana podía escapar de mis responsabilidades regulares e irme a huevear a la playa, pero ese día sí era posible. Seguía conduciendo e iba pensando en lo que tenía que hacer apenas llegara a mi casa: cambiarme la ropa de trabajo y ponerme el traje de baño; cambiarle de ropa a mi hijo, llevarle una toalla y otra muda por si acaso.  También pensaba en qué snacks habían en casa ya que debía llevarle algo de comer. Tenía la suerte de vivir a menos de 10 minutos de Miami Beach, así que solo pasaría por casa para cambiarnos y salir con las mismas. Hacía un calor infernal y yo emocionada escuchaba "Burning Down The House"pensando en que en un rato más estaría metida en el mar disfrutando como un delfín.  
    Llegué al daycare que quedaba en el barrio de la Pequeña Habana, era un casa grande, sencilla, ubicada en una esquina.  Tenía un jardín enorme, no muy bien cuidado y estaba rodeado de una rejas desgastadas; en la puerta de entrada a la casa había una escultura de un gallo gigante, obra de un artista cubano que tenía gallos similares en todas las esquinas de la Pequeña Habana.   Había llegado a recoger a mi hijo mucho más temprano que de costumbre y ni bien entré, la directora de la guardería, una señora cubana, gorda y bonachona, a quien siempre le contaba mis dramas de madre soltera, me recibió con la noticia de que justo estaba a punto de llamarme por teléfono.  Procedió a informarme que mi hijo estaba llorando desde hacía una hora y que se estaba quejando de dolor de barriga.  A los pocos minutos se apareció una de las maestras encargadas de los niños, que también era cubana y tenía nombre estrambótico junto con mi cachorro, que seguía sollozando.  La señorita de nombre estrafalario me informó que le acababan de tomar la temperatura y que tenía 100.5, es decir unos 38 grados Celsius.  Lo primero que se me vino a la mente en ese instante fue “¡la puta madre! ¡adiós playa, adiós chapuzón en el mar!”.  La directora cubana me recomendó que vaya de inmediato a comprarle alguna medicina para bajarle la fiebre ya que aún no le habían dado nada.  Subí a mi hijo al auto, lo senté en su car seat y le ofrecí un jugo de caja, como siempre lo hacía y lo rechazó. Me dijo que quería agua.  Felizmente tenía una botella conmigo y se la di. No me recibió nada más, ni de comer, ni de tomar, cosa rara en él ya que siempre que lo recogía se comía todo lo que traía conmigo. Esa vez no quería nada, solo se quejaba del dolor de barriga. Iba manejando y ya se me había pasado el entusiasmo de hace unos minutos antes y ya no me provocaba seguir escuchando a los Talking Heads.  Lo observaba por el espejo retrovisor y él intentaba dormir acurrucándose en su car seat, mientras seguía lloriqueando que le dolía la barriga. 
    En ese entonces era una ignorante en lo que se refiere a medicinas y dietas blandas para niños así que llamé por teléfono a mi amiga Sandra que tenía 3 hijos y se las sabía todas.  Me dijo que le diera Children’s Motrin al toque y que no se me ocurriera darle nada de leche, ni lácteos, los favoritos de mi hijo.  Como era de esperarse, no tenía en casa ningún remedio para niños así que me tocaba ir a comprar con mi hijo enfermo.   Manejé rumbo a Walgreens de Miami Beach, que quedaba a 5 minutos de mi casa.  Llegamos y aún hacía bastante calor, baje del auto, cargué al niño que estaba medio dormido y fastidiado y lo senté en el carrito de compras. Lo sentía mucho más caliente desde que lo había recogido.  Fui inmediatamente a buscar la medicina mientras él seguía lloriqueando y quejándose y se recostaba en mi pecho mientras yo empujaba el carrito. Pagué por el remedio, cargué nuevamente a mi hijo y en vez de manejar 3 minutos más hacia la playa, tenía que volver a casa a atender al enfermo. 
    Una vez en la casa, le di la medicina que escupió varias veces, ensuciando una de mis blusas favoritas que aun llevaba puesta, hasta que finalmente la aceptó quejumbroso. Al menos esa vez no me tomó tanto tiempo en convencerlo y se la tomó rápido, dentro de todo. Luego lo puse a dormir en su camita, pero me dijo que no, que quería echarse en mi cama.  Lo pasé a mi cama, como me había pedido y a los pocos segundos ya estaba dormido.  Pensaba que definitivamente no se sentía bien, pues el era un niño sumamente activo y comelón, por lo que al verlo así era un hecho de que estaba enfermo.  Volví a llamar a Sandra para preguntarle qué me sugería que le cocinara y ella, como toda una experta en temas domésticos, me recomendó que le diera fideos cabello de angel,  pollo sancochado o arroz blanco.  Tenía algo de fideos y un poco de pollo así que se me ocurrió preparar sopa de pollo, a pesar del calor horrendo que había y el sol radiante que todavía se asomaba.  Mientras iba preparando la sopa, pensaba en mi tarde de playa arruinada por la situación. Pasó un buen rato y la sopa ya estaba lista.  Fui a verlo y la fiebre le había bajado. Le hablé y el abrió los ojos. Lo primero que me dijo fue: “¿dónde está mi comida?”.  Por lo visto ya estaba bien, me sentí aliviada, pues mi madre siempre decía: "enfermo que come, no muere". Terminó la sopa de pollo y continuó igual de activo que siempre.   Por lo visto había sido solo un susto. Al menos eso era lo que quería creer.  Ya más tranquila, pero aún decepcionada, continué con mi aburrida rutina de siempre y alrededor de las 10 de la noche, cuando ya lo estaba acostando, lo noté otra vez caliente. No tanto como la primera vez, pero si estaba con algo de temperatura. Busqué alguno de los tantos termómetros que tenía en la casa y nada, no aparecía ninguno. Ni modo, pensé, así que decidí darle un poco más de Motrin, la medicina predilecta de mi amiga Sandra, por si acaso y para que pasara la noche tranquilo. Tomó la medicina quejándose y escupiendola una y otra vez, hasta que finalmente la aceptó y nos fuimos ambos a dormir.
    Alrededor de la 1 de la madrugada, me desperté con quejidos de mi hijo.  Esta vez lloraba y me pedía agua a gritos. Fui a traerle el agua y se tomó el vaso completo. Lo toqué y estaba quemando. No aparecía ninguno de los malditos termómetros.  Decidí que le daría más Motrin,  pero esta vez una dosis más alta.  Agradecí que aceptó tomarse la medicina casi de inmediato y asi podria seguir durmiendo. Sin embargo, ya no podía dormir porque lo sentía aun muy caliente, asi que se me ocurrio ponerle compresas heladas en la frente, pero no le gustaban y se la quitaba de encima.  Volvimos a dormirnos, pero de rato en rato lo monitoreaba para ver si le bajaba la temperatura. En el transcurso de la madrugada pensaba y rogaba que por favor amaneciera sin fiebre.  En esa época, ni él ni yo teníamos seguro médico y en Estados Unidos es un lujo enfermarte si no tienes seguro.  Honestamente, estaba más preocupada por el tema del seguro, que por la temperatura de mi hijo.  Imploraba que amaneciera bien, ya que aparte de la cobertura médica, no podía darme el lujo de faltar a mi oficina.  Trabajaba en una muy reconocida empresa, pero como llevaba poco tiempo, me pagaban por horas trabajadas y no contaba aun con beneficios adicionales.  La semana pasada había sido feriado nacional y había dejado de trabajar 2 días seguidos lo cual afectó mucho mi pago semanal. No podía faltar otra vez esa semana.
    Aproximádamente a las 5 de la mañana, volvió a quejarse y a pedir más agua. Seguía muy caliente, no lograba bajarle la fiebre y yo ya estaba bastante preocupada.  Era un hecho que tendría que llevarlo a la clínica apenas amaneciera. Le di más de la medicina y le puse compresas heladas a la fuerza ya que él las detestaba y se las quitaba.  Ya no pude dormir más después de eso, daba vueltas en la cama pensando a dónde lo llevaría y todavía era muy temprano para llamar a Sandra a preguntarle a donde me recomendaba llevarlo.  A las 7 en punto de la mañana, me levanté exhausta, era un zombie, me duché y me vestí como cualquier día de trabajo, es decir con traje de oficina. Lo llevaría a la Clínica Comunitaria de Miami Beach y pagaría por la consulta. Él estaba adormecido, seguía caliente por la fiebre y regañaba mientras le sacaba la pijama para ponerle la ropa. Terminé de vestirlo, agarré su mochila y lo subí al carro, bien amarrado en su car seat. Mientras manejaba camino a la clínica, me comuniqué con mi oficina para avisar que tenía un imprevisto y que iría más tarde.  "Ni modo, medio día menos de pago", pensaba yo preocupada.
    Como mencioné anteriormente, mi hijo no tenía seguro médico en ese momento.  No era tan irresponsable, lo había tenido hasta hacía unos meses, pero como ya no ganaba “tan poco”, ya no calificaba para el seguro médico del estado y  me lo habian suspendido.  Así funcionaba este país, a unos les daban todo, y a otros que de verdad lo necesitan, no les daban absolutamente nada. Yo no  exigía o reclamaba ningún beneficio del gobierno gratis, no era mi estilo y nunca lo fue, yo no era una comechada, una sanguijuela que le chupa la sangre a otros, nunca me gusto vivir a expensas de los demás y aun hoy, creo firmemente que nadie tiene por que vivir del trabajo o de los impuestos de los demás. Sin embargo, esta había sido una situación especial, en circunstancias especiales, y como ya no era tan pobre, no calificaba para obtener el seguro médico para mi hijo. 
    Llegué a la clínica y tuve que dar varias vueltas antes de encontrar donde estacionarme. Por fin encontré un espacio, donde pude dejar el auto.  Bajamos y ahora debía pagar el parquímetro, que para mi mala suerte solo aceptaba monedas y no billetes, ni tarjeta de crédito.  Busqué monedas en todos los bolsillos de mi cartera y en el carro, solo encontré el equivalente a una hora y media de parqueo.  Pagué y luego ingresamos a la clínica, mi hijo medio dormido en su coche y yo deseando con todo mi ser que vendieran o que hubiese una máquina dispensadora de café, lo cual no existía en este centro de salud comunitario. Cuando tocó mi turno, me atendió una mujer afroamericana, de voz parca e indolente y que parecía estar hastiada del trabajo que hacía.  Sin mirarme directamente a los ojos, me indicó que debía pagar 85 dólares por la consulta de mi hijo, lo cual era considerablemente barato a comparación de otros centros privados. Luego de esperar casi 2 horas con mi hijo llorando y quejándose de dolor, la doctora finalmente lo vio. Tenía una infección en la garganta y ésta le había afectado el estómago.  Esperamos otra media hora más y me preguntaron si quería que le dieran antibióticos por 10 días o sino una única inyección de penicilina, que se la pondrían en ese momento. Obviamente preferí lo segundo. Una de las pocas enfermeras amables, una jovencita que parecía ser colombiana por su acento,  me indicó que esperara afuera, que primero debía pagar por la inyección y luego me llamarían. Salimos a la recepción como me indicaron, estaba comenzando a ponerme de mal humor, tal vez por la falta de cafeína en mi cuerpo y el cansancio acumulado. Hice la cola nuevamente y le pagué a la mujer afroamericana que no me miraba a los ojos, 47 dólares más por la inyección de penicilina.  Esperamos otra media hora más, mientras yo daba vueltas en la sala de espera como león enjaulado.  Ya era pasado el mediodía,  casi no había dormido, no había desayunado y lo peor de todo era que no había tomado ni un solo café.  Estaba  además de agotada, fastidiada y también preocupada por mi trabajo.
    Mientras esperaba por la inyección, llamé nuevamente a mi trabajo para avisar que aún continuaba en el médico y que era muy probable que ya no podría ir a la oficina ese día. Yo sólo pensaba en las 8 horas menos de salario, hasta que por fin nos llamaron.  Ingresamos al consultorio nuevamente y entraron 2 enfermeras que me dieron instrucciones para echar a mi hijo en la camilla boca abajo y sujetarlo fuerte. Una de las señoritas le colocó la inyección mientras yo le agarraba las manos y la otra le sujetaba las piernas. El gritaba y pataleaba como un animal salvaje.  Una vez concluido el proceso, una de las enfermeras, la colombiana buena gente, le acercó un gran pomo de plástico lleno de chupetes y le ofreció los que el quisiera.  El, que seguía molesto y refunfuñando por el pinchazo, le respondió gritando: “¡no quiero tus chupetes!”. Yo le llamé la atención por responder de esa manera, tomé  2 de los chupetes y se los di. El los tomó y los lanzó gritando otra vez: “¡no quiero chupetes!”. Seguía muy enojado por el hincón.  Después de la inyección, pasamos donde otra enfermera cubana que hablaba en Spanglish y me dio varias instrucciones para los próximos días.  Además, debía traerlo al día siguiente para ver cómo había reaccionado. Debía pagar 85 dólares nuevamente por esta segunda consulta y esto me obligaba a tener que volver a pedir permiso en mi trabajo. "¡Su vieja va pasar por esto nuevamente!", pensaba yo. Mi hijo ya se sentía mucho mejor después del hincón y del llanto prolongado.  Ya era casi la 1 de la tarde  y ahora la que estaba de mal humor y se sentía mal era yo. Me moría de sueño, de hambre y de calor. No sólo había gastado más de 130 dólares en esa mañana, sino que había perdido un día completo de trabajo.  Pero no importaba, mi hijo iba a estar bien y eso era lo principal.
    Finalmente, salimos de la clínica y fuimos caminando al carro muertos de hambre y yo bastante apurada. Iríamos a buscar algo de comer y ya podría relajarme.  Cuando llegué a mi auto, me di cuenta de que me habían puesto una multa porque se había expirado el  maldito parquímetro hacía más de 2 horas.


la colombiana

            Nos conocimos en la compañía colombiana para la que ambas trabajábamos en Miami.  Cuando yo entré a trabajar, ella ya llevaba va...