Saturday, August 15, 2020

noche de rave

     Hace muchos años cuando viajaba por Australia me hospedé en un hostal para mochileros en Coogee Beach, una playa en Sydney, era un hospedaje recontra cool, lleno de chicos y chicas surfers de todas partes del mundo.  Era un lugar bastante relajado, la decoración era super sencilla, pero a la vez moderna.   Recuerdo perfectamente que lo primero que me llamó la atención apenas llegué y mientras esperaba en la recepción que me atendieran, fue que sonaba de fondo "Nice To Know You" de Incubus, en ese instante pensé que era el lugar perfecto para mí.  Al lado de la recepción había una especie de lounge o salita de estar, donde había computadoras para uso común, sillones con cojines de todos los colores, varias hamacas, mesa de billar y un par de refrigeradoras con bebidas y distintos tipos de cerveza para la venta.  Un poco más al fondo se podía ver un comedor al aire libre con las largas mesas de madera, en una de las mesas había un grupo de chicas con facha de hippies que tomaban cerveza y comían papas fritas de una bolsa grande.  Conversaban en un idioma que nunca pude descifrar de dónde era y se reían escandalosamente, parecían sentirse muy cómodas.  A los pocos minutos llegó a atenderme la chica de la recepción.  Era una inglesa de pelo largo y rubio con pinta de surferita y tenía un acento bastante difícil de entender, tuve que pedirle varias veces que repitiera lo que me decía.  La inglesa surferita me explicó que habían zonas para chicos y zonas para chicas, los baños y duchas eran unisex.  Me tocó una habitación en la zona de chicas obviamente, donde dormía con otras 7 mujeres, conmigo éramos 8.  También me dió una llave para que guarde mis cosas con seguro en un cajón de madera que había debajo del camarote donde dormiría. En el transcurso del día fui descubriendo que las otras 7 chicas compañeras de cuarto eran en su mayoría inglesas, también había un par de Nueva Zelanda y una más que viajaba sola, al igual que yo, que era de Suecia. 
    Cuando terminé de acomodar mis cosas y de asegurar todos mis documentos de valor,  me di cuenta de que definitivamente veníamos de países y de culturas totalmente distintas.  Yo era la única que había guardado todas sus pertenencias bajo llave en el cajón de madera, los pocos Dólares y Soles que traía conmigo y el pasaporte peruano que guardaba celosamente como si fuera un bien valiosísimo para esas chicas de primer mundo. Mientras tanto mis compañeras de cuarto dejaban todo regado sin ningún temor, incluyendo el pasaporte, billetera, ropa interior y pastillas anticonceptivas. En todos esos días que estuve ahí, nunca hubo ningún problema con que algo se perdiera, pero yo igual seguí guardando mis cosas con candado.
       Ese mismo día que recién llegué, terminé de arreglar mis cosas, fui a tomar una ducha en los baños unisex, donde me crucé con varios chicos churros mientras salía toda mojada envuelta en la toalla, descansé un par de horas en el camarote minúsculo, y luego decidí ir a inspeccionar la zona.  Ya me había dado hambre y  como no conocía nada ni a nadie, pensé en preguntarle a la inglesa de la recepción si sabía de algún sitio cercano y rico a donde podría comer algo rápido. Me acerqué al mostrador de madera y ahora la inglesa estaba sentada junto con un compañero, era un chico de pelo rubio y dreads, bastante bronceado y con un montón de collares y chaquiras en el cuello. Le pregunté directamente a ella a dónde me recomendaba ir a comer algo rápido y sencillo, en ese momento volteó hacía su compañero y hablaron entre ellos y luego me aconsejó sobre un puesto ubicado en la misma playa donde vendían los mejores fish and chips de la zona.  Mientras ella me iba explicando a donde quedaba con su acento complicado de entender, el chico le iba agarrando la pierna y la miraba con lujuria sin importarle que yo estaba parada ahí conversando con ella.  Al salir del hostel rumbo al puesto de comida de la playa, noté que en la salita de estar al lado de la recepción había un montón de volantes y panfletos de propaganda de distintos bares, discotecas, restaurantes y tours de paseos dentro de Australia. Me pareció perfecto y comencé a tomar los fliers de lo que más me llamaba la atención, cuando de pronto veo la propaganda de un rave donde tocarían varios de los mejores DJs de música electrónica de esa época. En ese tiempo recién se estaban poniendo de moda los tonos rave en Lima, yo había ido a varias de las fiestas más conocidas que se habían llevado a cabo allá, pero nada comparado con el evento que estaba leyendo en ese flyer.  La fiesta era  todavía en varios días así que me daba tiempo de sobra para averiguar más detalles y poder asistir.  Salí del hostal contenta con el panfleto del rave en la mano y me dirigí hacia la playa a buscar los fish and chips y a conocer más la zona. 
    Pasaron varios días de playa y paseos explorando la ciudad y sus bares, y llegó el sábado, la noche del rave.  Después de haberme movido en bus y metro local todos esos días, me sentía cómoda usándolos y a pesar de que el acento en inglés que usaban los australianos se me hacía bastante difícil de entender, después de varios días logré comprenderlo mejor.  Ese día después de haber paseado por distintos lugares, ya por la tarde, pensé en averiguar bien sobre cómo llegar al local donde sería la fiesta, que era en el downtown de Sydney, quería que me den información sobre qué buses debía tomar para llegar.  Me acerqué a la recepción y esa vez no estaba ni la inglesa surferita ni el chico con dreads.  En esa oportunidad me atendió un chico de Nueva Zelanda, era bastante delgado, pálido, con pelo castaño y largo, que se sorprendió cuando le dije que era peruana.  Mostrándole el flyer le comenté que quería ir al rave y quería que me explique como llegar en bus o metro, lo que fuera más rápido.   Parecía complacido cuando le conté que iría, mientras me miraba con los ojos rojos e hinchados, me respondió que también tenía pensado ir terminado su turno ahí en el hostel. En ese momento me di cuenta de que el chico estaba stonazo. Luego de darme algunas indicaciones enredadas de qué líneas de bus debía de tomar para llegar al local de la fiesta, decidí irme a descansar un rato antes de irme al rave.  Entré a la habitación que compartía con las otras chicas y ni bien ingresé, estaba una de las inglesas sentada en su camarote semi desnuda, sólo llevaba puesto un calzón enorme color blanco. Parecía buscar algo desesperadamente entre sus cosas que habían estado regadas por todo el cuarto desde el primer día que yo había llegado.  Me saludó e inmediatamente después me preguntó si tenía condones extras para darle, me mencionó que se le habían terminado las pastillas anticonceptivas hace varios días y que no encontraba los preservativos que pensaba que tenía.  Le respondí que no tenía ninguno y le mencioné lo del rave y si le provocaba ir, me dijo que no tenía mucha plata por lo que no podía, de lo contrario hubiera ido feliz.  La inglesa se puso un vestido playero encima y salió del cuarto a buscar condones, supuse yo.  Me quedé sola en la habitación y me eché a dormir un rato.
        Un poco antes de las 10 de la noche, ya estaba bañada, cambiada y acicalada para irme a la fiesta.  Estaba emocionada, pero un poco palteada por el camino, pues las indicaciones de como llegar del chico de Nueva Zelanda habían sido vagas.  Nunca fui miedosa, más bien al revés, siempre me ha gustado tomar riesgos, así que decidí partir rumbo al downtown con la información que tenía del chico de la recepción. Ya una vez en el paradero del bus, un poco confundida sobre el autobús debía tomar exactamente, pregunté a los que pasaban por ahí y con la ayuda de extraños logré llegar a mi destino.  Una vez que llegué al sitio, que era una discoteca enorme, un local de 3 pisos que desde afuera se veía super moderno, vi que había una larga cola de gente esperando para entrar ya que aún estaba cerrado.  Me acerqué a uno de los hombres de seguridad que estaba ahí cuidando la larga fila y mostrándole el panfleto le pregunté si ahí era el rave, el me reconfirmó que sí, pero me informó que todavía no abrían la puerta de ingreso al local.  En ese momento un chico que escuchó la conversación me comentó que había un bar a media cuadra de ahí a donde todo el mundo iba a hacer previos antes de entrar a la discoteca.  Decidí hacerle caso y me dirigí hacia el pub que me había recomendado.  Una vez que llegué, efectivamente el lugar estaba lleno de gente joven y con pinta de que iban a un rave.  Entré a inspeccionar y no había ninguna mesa libre, el ambiente era agradable, el local reventaba de gente y estaban pasando videos de surf en varias pantallas de televisión mientras sonaba música de los Foo Fighters.  Me acerqué a la barra a pedir un trago, estaba llena de gente y con la bulla era complicado dejarse entender.  Logré pedir un vodka con jugo de naranja -era lo que tomaba en esa época- y miraba a mi alrededor para ver si veía alguna mesita o espacio a donde ponerme, el chico del bar dejó un trago sobre la barra y yo automáticamente lo agarré.  En ese instante una chica que también estaba parada ahí esperando, era bajita, super bronceada y tenía el pelo amarrado en dos trencitas, me miró sonriendo y con acento raro me dijo que esa era su bebida, yo inmediatamente volteé a mirar al bartender quien me confirmó que sí, que era la bebida de ella.  Dejé el trago en la barra y le dije en inglés a la chica que me disculpara que no había sido mi intención agarrar su trago, ella sonriendo nuevamente me dijo que no me preocupara, que no había ningún problema.  En ese momento le llamó la atención mi acento diferente y me preguntó de dónde era.  Le conté que era de Perú y que estaba en el pub haciendo tiempo para entrar al rave, me respondió que sus amigos y ella también iban a la fiesta y que si quería me uniera a su grupo, a lo que accedí sin dudarlo.
      Su grupo de amigos tenía una mesa muy bien ubicada en el bar y ni bien llegué, me hicieron un espacio para que me sentara con ellos.  Eran 6 personas en total incluyendo a la chica, que resultó ser de Nueva Zelanda y luego me fui enterando de que tenía 40 años, el resto de sus amigos eran australianos y neozelandeses y todos pasaban los 40.  En ese entonces yo tenía 24, pero no me importó, todos lucían jóvenes y eran muy agradables, así que me quedé con ellos haciendo previos en el bar.  
        Seguían los videos de surf en la tele y comenzó a sonar "Last Nite" de The Strokes, uno de los australianos al verme cantar la canción, se pasó a mi lado y comenzamos a conversar sobre esta nueva banda que estaba muy buena.  Tenía 42 años y era de Melbourne, se sorprendió mucho cuando le conté que venía desde Lima y más todavía al ver que era pelirroja y de piel muy pálida.  La chica de las trencitas que seguía sonriendo y parecía estar algo picada ya, le dijo al australiano que me invitara un vodka con naranja, que era lo que estaba tomando, él se levantó y fue a traerme otro trago.  Pasó alrededor de una hora y después de varios tragos, entre todos decidimos que ya era momento de ir a la fiesta, así que nos levantamos y nos dirigimos hacia el local a media cuadra del bar de donde estábamos.
        Una vez en la puerta, la cola ya no era tan larga, ingresamos rápido al enorme y moderno club.  Me quedé impresionada de la infraestructura del lugar, en ese entonces sólo había visto discotecas de esa magnitud hacía muchos años en Bariloche, Argentina.  En cada uno de los 3 pisos que tenía el lugar había un DJ distinto tocando, también el sonido y juego de luces eran espectaculares.   En ese momento mi nuevo grupo de amigos me hizo entrar a la zona VIP que era en el primer piso, donde tenían un box reservado y yo no sabía hasta ese momento.  Nos sentamos cómodamente y comenzaron a pedir botellas de distintos licores.  Yo estaba feliz, jamás hubiera podido pagar una entrada de esas y de casualidad había terminado en un box con vista preferencial.  Pasó un rato, y el chico de Melbourne, la chica de las trencitas y un amigo de ella se levantaron y me llevaron por una de las puertas de salida de emergencia del local, el vigilante que se encontraba ahí parecía conocerlos y nos dejó salir por esta puerta sin cuestionar nada.  Salimos a una calle que estaba a la espalda de la puerta de entrada del club, era una calle tranquila, sin gente y sin colas, avanzamos unos cuantos pasos y el chico de Melbourne paró en unas escaleras de cemento, que parecían el ingreso a unas oficinas que por la hora y el día estaban cerradas y a oscuras.  Comentó en voz alta que ahí estaba bien, "I think here is fine" dijo exactamente y el amigo de la chica de las trenzas sacó de su bolsillo una bolsa plástica llena de marihuana y comenzó a armar un troncho.  Una vez listo lo encendió y comenzó a fumar placenteramente. Luego le pasó el troncho a los demás y por último a mí, que al inicio dudé en aceptar porque eran unos desconocidos mucho mayores que yo, pero después pensé "ya que chucha, ya estoy acá" y como estaba media borracha, acepté.  Terminamos de fumar y regresamos a la discoteca por la misma puerta por donde habíamos salido.  
        Después de un rato me sentía más stone que borracha, lo cual no me gustó mucho, pues a mi me gustaba más estar pilas y alegre, que stone pastel.  Seguíamos en el box y el australiano me coqueteaba y me servía más vodka de una de las tantas botellas que habían pedido, luego me fui a la pista de baile con él y nos pusimos a tonear.  La música estaba bravaza y yo a pesar de mi estado, quería ir a los otros ambientes del club a escuchar a los otros DJs, pero él no me dejaba, quería que me quede ahí bailando con él y los demás que también ya estaban en la pista de baile.  Después de un rato, con la excusa de ir al baño logré escaparme un rato de la zona VIP y fui a inspeccionar los otros ambientes que se veían más divertidos y con gente más relajada.  Dí varias vueltas por el local y luego decidí regresar al VIP con mis nuevos amigos, ni bien entré al box el australiano que ya se le veía desorbitado me dijo "open your mouth", yo muy obediente abrí la boca y él puso una pastilla dentro de ella.  En ese instante metí los dedos a mi boca sacándola para ver que me había dado, era una píldora color celeste con el símbolo de Mitsubishi en ella.  La miré, me la volví a meter y me la tragué con el resto del vodka con naranja que me quedaba en el vaso y me fui a bailar con mis nuevos amigos.  Tengo recuerdos vagos de esos momentos porque todo pasó muy rápido, pero me acuerdo que la estaba pasando bien.  Me sentía feliz, pero de pronto me entraron ganas de ir a escuchar a los otros DJs, así que sin dudarlo me salí del VIP y de pronto estaba en el segundo piso rodeada de puro desconocido, de gente con otra onda más casual y relajada.  La música estaba increíble y yo estaba como soñando, pero no podía sentarme ni quedarme quieta, quería y necesitaba moverme.  De un momento a otro no sé ni cómo, llegué al tercer piso de la discoteca, de donde se podía ver desde un balcón el segundo y el primer piso respectivamente.   Era una locura de sonidos, luces y chicos churros bailando al lado mío, hombres por todos lados. Luego en mi estado de fantasía logré darme cuenta de que estaba en la zona gay.  Todos eran hombres guapísimos, con cuerpos esculturales, bailando sin camiseta y yo era la única mujer ahí en medio de todos ellos.  Nunca tuve problema alguno con la gente gay ni nada parecido, al contrario, pero jamás había presenciado de tan cerca ese tipo de situaciones homosexuales tan calientes y fogosas.  Estaba parada bailando en mi sitio en un punto privilegiado del tercer piso donde se veía al DJ tocar y se podía apreciar el juego de luces láser perfectamente, cuando de pronto ví que tenía cada vez más cerca a estos hombres churrísimos con el torso desnudo, bailaban besándose, se frotaban y se punteaban entre ellos, yo seguía siendo la única mujer a la vista. Me comencé a sentir un poco incómoda porque no encajaba ahí y el estado de alucinación en el que me encontraba acentuaba todo lo que sentía en esos momentos.  Me quise ir, me había pasado de vueltas y ya estaba cansada, eran más de las 3 de la madrugada, así que decidí irme sin avisarle a mis amigos del VIP.  
        Intenté buscar la puerta de salida por donde habíamos ingresado a la discoteca, pero no la encontraba, después de dar montones de vueltas por el tercer, segundo y primer piso, no sé ni cómo, finalmente llegué a la puerta.  Salí del local confundida, sentía frío y la piel sensible, mientras trataba de recordar por dónde había caminado a la ida.  Llegué al paradero del bus de donde había bajado a mi llegada, estaba oscuro y no había casi gente alrededor.  No sabía ni cual bus debía tomar, ni si estaba en el paradero correcto, cuando de pronto leo en uno de los carteles de información que los buses funcionaban hasta la medianoche y al día siguiente a partir de las 6 de la mañana.  Entré en pánico, no sabía qué hacer o a dónde ir.   Sentía mucho frío y cansancio y lo último que me provocaba era esperar hasta las 6 el siguiente bus.   Estaba bastante preocupada, quería llorar y en mi estado de locura no podía pensar bien, ni buscar alguna alternativa, me senté en el borde de la vereda, me agarraba los brazos abrazándome a mí misma para no sentir tanto frío y miraba las calles casi vacías, donde se escucha bulla de juerga a lo lejos.  De rato en rato veía gente borracha pasar por ahí, pasaron varios minutos y de pronto ví a lo lejos un chico moreno caminando, parecía que salía de trabajar de alguna cocina por la ropa que llevaba puesta así que sin dudarlo me paré rápidamente y me acerqué a pedirle ayuda.  El muchacho resultó ser de Nigeria y con un inglés que casi no entendía me dijo que el metro estaba funcionando y que él justamente estaba yendo hacia la estación.  Le pregunté si podía ir con él para no perderme y dijo que no había ningún problema.  Caminé un par de cuadras con el chico africano que no me habló ni preguntó nada, yo tampoco le hice conversación pues no me sentía con ganas de hablar en esos momentos.  Llegamos a la estación y él estaba a punto de irse sin decirme más, pero lo detuve y le pedí que me ayudara a comprar el boleto de metro en la máquina ya que no tenía idea de qué tren debía tomar para regresar al hostal en Coogee Beach.  Se le notaba apurado y con ganas de deshacerse de mí, pero igual me explicó que tren y en qué dirección lo debía tomar y también que debía hacer cambio de estación para tomar un segundo tren.  Para esa hora mi estado de alucinación ya había bajado bastante y ya podía pensar con más lucidez.  Cuando me senté en el asiento del segundo tren, mi cabeza ya se sentía un poco más despejada, ya no tenía tanto frío, pero el cuerpo lo sentía destruído.  Era casi de día cuando llegué al hostal, me sentí segura y como en mi casa.  
        Hasta ahora sonrío cuando recuerdo esa noche de rave en Sydney.

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