Los últimos años en que viví en el sur de la Florida, era muy usual que los fines de semana vaya a la playa con mi hijo de 3 años. Vivíamos en Miami Beach, así que me tomaba de 5 a 10 minutos manejar hasta allá. Como era mamá soltera, yo sola me encargaba de todos los quehaceres de la casa, por lo que mis visitas a la playa eran generalmente cortas y casi siempre estaba apurada porque tenía alguna obligación que hacer más tarde. Por lo general, iba a la misma playa en la 73 Street de la Collins Ave. Ya conocía muy bien la zona y la mayor parte del tiempo encontraba donde dejar el auto sin mucha demora.
Recuerdo un día de playa en particular, era un sábado por la tarde y me sentía bastante tranquila, cosa no muy usual en mí, ya que siempre andaba inquieta o haciendo algo, pero esa vez específicamente estaba muy calmada, no tenía deseos de correr, era sábado y me merecía un día de playa relajado. El día estaba bonito y el mar delicioso, hasta que a mi hijo le dió un hambre terrible. Ya se había terminado los snacks que le llevé y ya eran pasada las 5 de la tarde, por lo que creí conveniente que era mejor irnos. Había llevado un six pack de Michelob Ultra, pero sólo me tomé un par a pesar de que me quería tomar todas, pues estaba manejando y estaba con el niño. Me puse una salida de baño sobre el bikini, a él lo cambié rápidamente ahí mismo en la arena, luego levantamos las cosas y salimos rumbo al auto. Mientras caminábamos por el malecón camino al estacionamiento, pasamos por la puerta de un pequeño café cubano que emanaba un fuerte olor a pasteles recién horneados. De pronto mi hijo siente el olor y me dice que quería empanada, a él le encantaban las empanadas de carne, así que al sentir el olor a pastelitos recién salidos de horno, lo asoció con empanadas y se antojó. A mi no me provocaba parar en aquel café al paso, minúsculo y sencillo, ubicado a media cuadra de la playa, pero lo pensé bien y mi hijo se moría de hambre, debíamos llegar a la casa y recién comenzaría a preparar la cena. Además yo me había tomado un par de cervezas, más el mar y sol, me sentía laxada, relajada, así que se me ocurrió que era una buena idea hacer una parada en el café para que él comiera algo y yo me tomaría un buen café cubano para despejarme un poco antes de manejar.
Entramos al pequeño local y le indiqué que se sentara en una de las tres mesitas que tenían para los clientes, mientras tanto yo haría el pedido a la señorita que atendía en el mostrador. Había, además de nosotros dos, una muchacha delgada y bastante bronceada, tenía acento español y estaba parada a un extremo del mostrador tomando una colada mientras hablaba por teléfono a un tono bastante alto, por lo que pude identificar su acento. La cubana que atendía al otro lado del counter me preguntó con su inconfundible acento qué quería ordenar, le pedí una empanada de carne, dos croquetas de jamón y un cortadito bien oscuro para mí. La cubana super simpática y conversadora me entregó el pedido y me senté junto a mi hijo en la mesita donde me estaba esperando. Mientras él comía desastrosamente la empanada de carne, yo tomaba mi café pausadamente, pensando en la flojera que me daba regresar a casa a preparar la cena, bañar a mi hijo y continuar con mis labores de madre soltera. La chica con acento español seguía conversando por teléfono, ya había terminado su colada, sin dar registro de nuestra presencia en el sitio, se retiró sin ni siquiera habernos mirado. De pronto ingresa un hombre al local, era un tipo en sus treintas, estaba sin camiseta y sin zapatos, vistiendo sólo un traje de baño, era clarísimo que venía de la playa. Tenía los pies llenos de arena y una toalla en las manos con la que comenzó a sacudirse la arena de los pies. El tipo era muy atractivo, tenía un cuerpo bien trabajado y un bronceado fabuloso. Se acercó a la cubana que atendía, la saludo como si la conociera de antes y pude notar por su acento que también era cubano. Pidió una Budweiser helada y se sentó en la mesita al lado de la nuestra. Apenas se sentó, mi hijo lo comenzó a observar curiosamente y dijo en voz alta: "¿por qué ese chico no tiene camiseta puesta?", "porque viene de la playa, igual que nosotros", le respondí yo, dejando que el hombre escuchara mi respuesta, lo que le dio gracia a él e hizo que iniciara una conversación graciosa con el niño. Entre muchas cosas más, el hombre nos comentó que tenía un hijo de 15 años, que estaba aún viviendo en Cuba con la madre y que estaba esperando poder traerlo de la isla muy pronto a los Estados Unidos. Yo aproveché la conversación y como para ir tasando la situación, le pregunté por la ex, osea la madre de su hijo y que con quién vivía en Miami. Vivía solo y era soltero, sin compromiso y le gustaban mucho los niños, al menos eso fue lo que me dijo en ese momento o lo que me quería hacer creer. Llevábamos un buen rato conversando y luego se levantó y pidió otra Budweiser. Mientras pedía la cerveza me preguntó si yo quería una, aclarando que él me invitaba. Por un momento la dudé, me iba a negar, pero luego cedí y le acepté la cerveza. El tipo me gustaba físicamente, era muy guapo y simpático, a pesar del acento espantoso y de la cantidad de jerga cubana que utilizaba al hablar. "¡Al diablo! a mi que me importa que hable tan feo, ni que me fuera a casar con él", pensé yo.
Continuamos conversando y tomando cada uno su bebida por un rato más, mi hijo ya se había parado y estaba jugando a arrancar las plantas que habían en la puerta del local, se notaba que ya estaba aburrido. Sin embargo, la madre, osea yo, estaba super entretenida con el cubano ricotón, que mientras iba pasando el tiempo me iba gustando cada vez más. De rato en rato el niño se acercaba a la mesa donde seguíamos sentados hablando, entraba y salía del pequeño local, intentaba tomar mi celular para ver videos, pero casi no tenía batería, así que se lo quitaba. Le di las croquetas de jamón que aún estaban intactas y se las iba comiendo con una mano mientras que con la otra seguía arrancando plantas y ya tenía ambas manos inmundas. El cubano me preguntaba por donde vivía y yo solo le decía que a 10 minutos de donde estábamos. Él me comentó que también vivía por ahí cerca en Miami Beach. Luego se paró y fue al mostrador a pedir su tercera cerveza, preguntándome si yo también quería otra, pero lamentablemente tuve que negarme. Mi hijo ya estaba aburrido e inquieto y se estaba poniendo pesado, además ya se me había hecho tarde. Le agradecí por la cerveza y le mencioné que ya debía de irme por el niño, que tenía que preparar la comida y bañarlo, lo que entendió perfectamente y se ofreció a ir con nosotros a mi casa, incluso me dijo que él mismo podía cocinar para nosotros. A mi me pareció un poco apresurada la propuesta, así que me negué y le dije que tal vez más tarde por la noche, cuando mi hijo ya durmiera podía ir a tomar un trago. Después de insistir varias veces entendió, pero aún persistía en acompañarme al auto. Le respondí firmemente que no era necesario, que se quedará disfrutando de su cerveza y que hablábamos más tarde. Intercambiamos números de teléfonos y partí hacia mi auto, mientras él nos miraba fijamente desde la puerta del café.
No habían pasado ni 5 minutos desde que habíamos subido al carro y escuché que me llegaban mensajes a mi celular, pero como estaba manejando ni siquiera miré el teléfono. Una vez en la casa revisé mi celular y era el cubano que me había estado enviando mensajes para ir a verme. Sólo habían pasado unos 15 minutos desde que nos habíamos despedido en el café y tenía muchas cosas que hacer, se me había hecho tarde, así que pensé que no pasaba nada si le respondía luego. Mientras iba llenando la tina para meter a mi hijo a bañarse, puse agua a hervir para preparar una pasta. En ese momento el niño se puso a jugar con una guitarra de juguete color azul que hacía un ruido escandaloso cada vez que la hacía sonar. De pronto escuchaba a lo lejos que entraban más mensajes a mi celular, lo había dejado en la habitación y como estaba en todo el alboroto, no me acerqué a mirarlo. La tina para el baño y la olla para la pasta ya estaban listas y rebalsando de agua. Entré al baño, cerré el caño y le gritaba a mi hijo que viniera a bañarse, pero no me escuchaba por el ruido de la guitarra que hacía sonar una y otra vez sin dejar descansar al pobre juguete. Fui molesta a traerlo a la fuerza, le arranqué la guitarra de las manos y mientras lo llevaba hacia la tina, noté que se estaba rebalsando el agua hervida de la olla, corrí a bajar la hornilla y a echar la pasta para que se vaya cociendo. Mi hijo volvió por la guitarra y a hacerla sonar otra vez, yo ya estaba entrando en crisis, también quería bañarme, me moría de hambre, y quería responderle al cubano. Bruscamente le quité la guitarra nuevamente, la puse sobre la refrigeradora donde no podía alcanzarla, revolví la pasta y llevé al niño a la fuerza a la tina. Entretanto podía oír como seguían llegando más mensajes a mi teléfono.
Mientras el chico se iba remojando en la tina, la pasta se terminaba de cocinar e iba sacando la salsa Ragú, fui a revisar mi celular, el cubano me había estado escribiendo que quería ir a verme y que por qué no le respondía. Yo ya estaba alterada, así que le contesté de mala manera que en ese momento estaba ocupada con mi hijo y que me diera un poco de tiempo. Volví al baño, para enjuagarlo, sacarlo de la tina y ponerle pijama sin demorarme mucho, pues el aire acondicionado siempre estaba bien bajo y mi casa estaba congelada. Hice todo esto atolondrada porque quería volver a la cocina a terminar la pasta de una vez por todas. Cuando por fin mi hijo ya estaba bien bañado, cambiado y sentado comiendo la pasta mediocre y desabrida que había cocinado, estaba tan estresada que todo mi relajo del día de playa se había esfumado. Pensé que sí era una buena idea tomarme unos tragos con el cubano, así que fui por mi celular para responderle y me di con la sorpresa que tenía como 20 mensajes de él. En los últimos había incluido unas fotos, en una de ellas salía echado en un sofá blanco, posando sin camiseta, con el pecho descubierto, así igual a como lo había conocido y luego otra más en la que me ponía: "ya veo que no me quieres ver, bueno, mira lo que te vas a perder", y adjuntaba otra foto de él posando en el mismo sofá blanco, pero en esa estaba totalmente desnudo. A mi me dió risa, ya había tenido varios episodios con locos psicópatas y por experiencia sabía que lo mejor era cortarla ahí mismo y no darle mucha importancia. Eso sí, tenía que reconocer que estaba muy bien dotado.
Le contesté que sí me hubiera gustado verlo, pero que había estado muy ocupada y que después de sus fotos no me provocaba invitar a un loco a mi casa. Pareció que al responderle encendí más el fuego y continuó enviando más fotos de él calato. Me ponía "mira lo que te estás perdiendo" y ahora me mandaba fotos de su pene de cerca, cada vez más y más cerca y desde distintos ángulos. Decidí ya ni gastarme respondiendo a sus mensajes, pero me dejó un poco perturbada y también preocupada, no estaba segura de que tanta información sobre mí le había dado más temprano cuando nos conocimos en el café. En esa época no estaban de moda los nudes ni nada de eso y todo el episodio había sido muy abrupto.
Los mensajes incluyendo fotos de su verga y de él posando, continuaron hasta pasada la medianoche. Al día siguiente y después de analizar nuestra conversación completa, me di cuenta de que no le había dado tanto detalle sobre mí, ni siquiera le había dicho mi apellido, así que me relajé y seguí cagándome de la risa.
Durante una semana completa continué recibiendo mensajes del cubano psicópata con foto incluída. ¿Por qué no bloqueé su número? Porque me gusta llegar al límite y alucinar hasta dónde es capaz de llegar alguien que no está bien de la cabeza. Así soy yo, además ya tenía claro que no sabía mucho sobre mi vida, así que me relajé y decidí responderle alguno que otro mensaje sarcásticamente y burlándome de sus poses, lo que lo enloquecía cada vez más. Al cabo de una semana finalmente pararon los mensajes y las fotos. Eso sí, no volví más a la playa de la 73 Street hasta después de varios años. Las últimas veces que he pasado por ahí, me paso a la vereda del frente para no pasar por la puerta del café cubano.
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