Thursday, September 24, 2020

lo que aprendí en el encierro

    Han pasado más de 6 meses desde que se inició la cuarentena en marzo de este año y a pesar de que ya estamos en una etapa de más flexibilidad y de que muchas de las restricciones que teníamos ya han sido levantadas, todavía tenemos demasiadas limitaciones.  Esta nueva normalidad nos está afectando a todos, a unos más que a otros, pero en general todos hemos sido afectados.  Estoy segura de que en estos meses de aislamiento, la mayoría de gente ha reflexionado sobre su vida y sobre lo que es realmente fundamental para todos, como es la salud, la familia, el tener un trabajo, etc. El encierro nos ha servido para darnos cuenta y valorar lo que de verdad importa  y mucho de lo que tal vez antes creíamos que era "esencial", ahora no nos sirve de nada.  
      En estos tiempos de reflexión y de evaluación de prioridades,  he pensado y analizado con bastante serenidad, justamente mis prioridades en la vida. Durante los últimos meses he agradecido casi a diario (casi, porque hay días que quiero matar a todos y maldigo al mundo entero) por todo lo que tengo, por tener un techo, comida, comodidades, pero sobre todo por tener salud yo, y mi familia. Sin embargo, yo particularmente, me siento presa en este país, en esta ciudad, en esta casa. Siendo una persona inquieta, de alma gitana y arriesgada -aunque no parezca-, me siento sofocada. En mis momentos de meditación debido al aislamiento, he pensado en cómo me sentiría si mi realidad fuera otra, pienso que tal vez no la estaría pasando tan mal. He meditado sobre qué estaría sintiendo ahora si hubiera tomado otras decisiones en el pasado, si hubiera ahorrado más plata, si no me hubiera cambiado de trabajo tantas veces o mudado de país.  Quizás si no hubiera gastado todo mi dinero en viajes y juergas en vez de ahorrar para comprarme un departamento o una casa o si hubiera estudiado otra carrera, algo menos "huevero" y en un rubro más esencial, tal vez hoy sí estaría trabajando, pero no, a mi siempre me aburrió lo formal, lo clásico, lo "normal".  
    Hasta hace 7 meses era feliz en mi trabajo, en el aire, en el cielo, saltando de un lado a otro, de aeropuerto en aeropuerto, durmiendo siempre en cuartos y camas diferentes, despertando muchas veces sin saber en qué ciudad estaba o qué día era. Era feliz sin horarios fijos, sin un escritorio, sin computadora, sin ver las mismas caras siempre, porque así soy yo, me aburro rápido de todo y de todos.  He aprendido que a pesar de amar mi trabajo, uno no puede enamorarse de la compañía para la que trabaja. Enamórate de lo que haces, pero no de la empresa, ya que el mundo cambia de un momento a otro y los negocios no duran para siempre. Cuando tu trabajo se vuelve tu estilo de vida, puede llegar a ser perjudicial pues no está en nuestras manos decidir hasta cuando tendremos ese estilo de vida.  Entonces ahí entra el "si hubiera" escogido otras opciones o decisiones a lo largo de mi vida, pero ya está, no me arrepiento de nada, he disfrutado y gozado, así que no hay espacio al "si hubiera".
           También he aprendido que cuando estás sin poder salir por mucho tiempo, encerrado con las mismas personas día tras día, es fundamental que estés a gusto en el sitio donde vives y en armonía con la gente con la que convives.  Antes de la cuarentena, pasaba poco tiempo en casa, la mayor parte del tiempo la pasaba fuera trabajando, así que no le daba mucha importancia al hecho de odiar mi casa, que en realidad no es mi casa, sino casa de mis padres, pero como siempre fui inconstante y movediza no me quedó más remedio que regresar a vivir con ellos en el 2014.  A pesar de que era consciente de que no era sano vivir en un lugar que no es de mi agrado, no hacía nada al respecto.  Supongo que por mi hijo chico, para que esté más acompañado y bien cuidado, tal vez por comodidad, o por dejadez de mi parte, o para poder gastar mi dinero en otras cosas como paseos, viajes y diversión. Antes de toda esta situación de la pandemia, sabía que debía hacer algo al respecto y mudarme, pero no le di la debida importancia, preferí dejarlo pasar y no pensar en eso, no estresarme y vivir el momento, así pensaba. 
       Estoy infinitamente agradecida con mis papás por todo lo que hacen por mí y sobre todo por mi chibolo, pero ahora ya sé con toda certeza que es una mierda no estar cómoda ni a gusto en el lugar donde vives.  Quiero mucho a mi familia, pero ya tuve suficiente de ellos, necesito mi espacio urgentemente y he aprendido la lección a la mala, lo importante que es tener tu propio espacio y que no siempre se puede solo vivir el momento.  En esta situación, me falló mi práctica usual del carpe diem.
        Entre las muchas reflexiones que he tenido sobre mi vida y mis prioridades y lo que he aprendido en estos últimos meses, he llegado a la conclusión de que lo más detestable, insoportable  y abominable del encierro, son las putas clases escolares por internet. !Me tienen harta! Y estoy segura de que muchos sienten exactamente lo mismo. Ya de por si sufría con mi hijo y las tareas escolares que jamás me interesaron mucho que digamos, pero ahora las clases virtuales son otro nivel, no hay punto de comparación.   Una cosa es mandar a tu hijo al colegio temprano por la mañana, que regrese cansado por la tarde, y ya luego te peleas para que haga las tareas por la noche. Los regaños y el mal momento sólo son un par de horas y al menos tienes una buena parte del día libre de ese martirio.   Pero otra cosa es tener a un niño de 9 años desde las 8 de la mañana intentando que preste atención en cada clase y no se distraiga con otros programas o juegos en la computadora. Además están las tareas y trabajitos cojudos que se les ocurre mandarnos a los padres, porque obviamente mucho de lo que mandan a los niños no lo pueden hacer solos  o necesitan supervisión, por lo tanto es trabajo para el papá  o la mamá.  Estoy segura de que todos los que son padres y han pasado por esto me entienden perfectamente.  Siempre me zurré en las tareas y una vez más, me hice la de la vista gorda, prefería no pensar y no preocuparme por el colegio y las tareas, pues la verdad es que nunca me ha gustado eso de enseñar o explicar o el tratar con niños. No tengo paciencia, no me gusta, me sulfuro y pierdo los papeles, así que con mi política de "no me voy a hacer bolas con el colegio", se fue todo acumulando y ahora tengo semejante embolado.  Ahora que el niño ya no está tan chico y las tareas son cada vez más difíciles, estoy jodida y metida en un gran lío escolar.  Recibo correos casi a diario, mensajes por chat, me citan virtualmente para darme quejas y me hablan de talleres de atención, de autoreflexión, de comprometerme  a identificar conductas, acordar metas, completar fichas, propiciar espacios de comunicación, de vacacionales, de clases de recuperación, etc, etc, etc.  Realmente es una tortura, un verdadero sufrimiento.             
        Este martirio me ha llevado a pensar en estos meses de aislamiento en lo dichosos que son todos aquellos que no tienen hijos, o los que los tienen, pero ya son grandes y  no han tenido que pasar la cuarentena con clases virtuales.  ¡No tienen idea del tormento del que se han librado!  De por sí mi hijo siempre fue movido y distraído, no le gusta estudiar y desde que recuerdo siempre tuvo problemas de conducta.  Me he visto obligada a llevarlo al psicólogo y a terapias conductuales casi todos los años, así que realmente la estoy sufriendo.  Es una batalla diaria para que entre puntual a cada clase y no se salga antes de tiempo, para que haga las tareas, que de cada 10 que le mandan, hace 2 tal vez y presionado por mí, o para que no interrumpa a la profesora o a otros niños cuando hablan, que no se distraiga, que no entre a Youtube o al Paintbrush a dibujar, y así cientos de dificultades que estoy atravesando con mi hijo por las fucking clases virtuales.  
    Cuando yo estaba en el colegio nunca tuve problemas de ningún tipo, ni académicos ni de conducta.  Hacía mis tareas sola y mi mamá nunca me persiguió como hago yo con mi hijo para que haga los trabajos escolares.  Era una buena alumna, hasta tuve Honors.  Claro que hacía travesuras y maldades a cada rato -que nadie se enteró es otra historia-, hice bullying a varias compañeras, hacía plajes magistrales hasta 5to de media y me sacaba puro 20 sin haber abierto el libro más que para hacer el plaje. Tuve bastantes momentos de malicia, más que nada por rebeldía, pero era una maestra y jamás me ampayaron ni una sóla diablura, ¡ni una!
    Lo que he aprendido a raíz de este suplicio escolar, es que en esta vida se paga todo, tarde o temprano el karma te llega y te pega donde más duele y sobre todo con lo que más te frustra. Yo estoy pagando todas las que nunca me ampayaron y con intereses altísimos.
    

la colombiana

            Nos conocimos en la compañía colombiana para la que ambas trabajábamos en Miami.  Cuando yo entré a trabajar, ella ya llevaba va...