Wednesday, August 27, 2014

la casa del vecino

    Cuando éramos niños, mis hermanos y yo, salíamos a la calle a jugar con los otros niños del barrio, que era lo más normal en esa época, allá por la década de los 80s.  Teníamos varios amigos y amigas, de distintas edades y la mayoría vivía en nuestra misma cuadra. Éramos un grupo grande y nos divertíamos un montón jugando a las escondidas, policías y ladrones, a la chapada, matagente, y todos esos juegos que antes era lo más normal de mundo. No existían los teléfonos celulares, ni las tablets, y mucho menos el internet. Lo único que existía era la televisión y la mayoría de familias compartía una misma TV entre todos los miembros de la casa.  
    Mi familia es numerosa, somos varios hermanos y hermanas, pero felizmente mi padre siempre estuvo bien económicamente hablando.  No éramos millonarios, ni nos sobraba la plata, pero todos asistíamos a buenos colegios, veraneábamos en el Club Regatas, hacíamos viajes familiares una vez al año, mi papá cambiaba de auto cada cierto tiempo, y en general, nunca nos faltó nada, a diferencia de algunos de los niños del barrio que jugaban a diario con nosotros.  Había una niña en particular, Yesenia, que vivía a unas cuantas casas de la mía, pero esa casa no era precisamente de su familia.  Yesenia era la hija de la empleada doméstica que trabajaba en aquella casa.  Los dueños de esta vivienda eran unos señores mayores, unos ancianos cuyos hijos ya eran grandes y habían hecho su vida aparte, por lo que ellos permitían a la empleada, que vivía con ellos, que viviera con su hija de 10 años.  Yesenia, que era parte del grupo de niños que salía a jugar con todos los de la cuadra, obviamente no tenía los mismos privilegios que casi todos nosotros, pues la casa donde vivía no era de ella y obviamente su madre, la empleada de la vivienda, no tenía las mismas comodidades ni el mismo acceso económico que nosotros.  
    Yesenia asistía a un colegio humilde, su madre no tenía auto y tampoco hacían viajes familiares a Miami, a visitar los parques de Disney, como mis hermanos y yo, y como varios de los otros niños del barrio.  A pesar de estas diferencias sociales, Yesenia era querida entre todos y era parte del grupo. Yo particularmente, me llevaba estupendo con ella,  es más, era la niña con la que mejor me llevaba de todo el resto.  Yesenia era morena, tenía el pelo negro, ojos saltones y labios gruesos; también tenía una panza abultada que se asomaba por los polos cortitos que siempre usaba.  Era todo lo opuesto a mi, que era blanquiñosa, pelirroja, desabrida y flaca sin panza.  Pero además tenía una característica en particular, Yesenia era malévola, igual que yo.  Esta peculiaridad hacía que seamos muy amigas y camaradas. En ese entonces ella tenía 10 años y yo 12. Planeábamos travesuras juntas a cada rato, ella me contaba anécdotas que sucedían en la casa donde vivía y de todas las cosas que "los jóvenes" -como ella les llamaba- hijos de los ancianos dueños de la casa, habían dejado en sus antiguas habitaciones, y ella, como niña curiosa que era, revisaba y espiaba meticulosamente.  Conforme me iba contando lo que hallaba en aquellas habitaciones casi abandonadas, yo le iba dando instrucciones de que debía hacer. Yo era el cerebro de las confabulaciones y ella hacía caso sin titubear, pues mis ideas siempre parecían agradarle mucho.
    En una oportunidad, me contó que había encontrado en uno de los cajones de la habitación de uno de "los jóvenes", muchas revistas con mujeres desnudas y hombres que las tocaban.  Como era costumbre, la adiestré en que debía sacarlas de la casa y traérmelas para mirarlas juntas. Ella obedeció e hizo caso a mis indicaciones. Después de curiosear las revistas al revés y al derecho, debía regresarlas a su sitio nuevamente, pero había un pequeño problema: Yesenia no tenía llave de la casa para volver a entrar pues, era una niña y obviamente todos tocábamos el timbre para que nos abrieran la puerta.  En su caso, la que abría la puerta de esa vivienda era su madre.  Yesenia fue descubierta por su mamá, que había estado espiando el material semi pornográfico de los jóvenes y fue castigada por varios días sin salir a jugar con los niños de la cuadra.  Ella muy fiel y leal a mí, nunca mencionó mi nombre en el episodio de las revistas de calatas.
    Un día entre las tantas novedades e historias que me contaba de la casa de los señores ancianos, mencionó la gran cantidad de fósforos, velas y bencina que había en la alacena de la cocina. En esos años vivíamos entre apagones y era costumbre tener todo esto en tu casa. Le di claras indicaciones de lo que tenía que hacer y cuánto de este material debía sacar para que su mamá no sospechara del hurto. Debía tomar un par de cajas de fósforos, suficiente papel periódico y un pomo de bencina. Pero debía meter los materiales en un bolso o mochila para que nadie la viera.  Yesenia hizo todo tal cual, salió de la vivienda con los materiales y le indiqué que iríamos al parque ubicado a la espalda de nuestra calle, que en esa época estaba totalmente abandonado y descuidado, así, nadie nos vería. Cuando le avisé que íbamos a prender fuego, Yesenia me miró fijamente sin decir nada, se le iluminaron los ojos, se mantenía en silencio, pero su mirada lo dijo todo, ¡era una idea genial!.
    Caminamos una cuadra hacia el parque, vivíamos en una zona residencial, muy tranquila y el parque semi abandonado estaba completamente deshabitado. Le indiqué que debíamos buscar una guarida para tener más facilidad para iniciar el fuego y el monumento de cemento ubicado al centro del parque era perfecto. Era una especie de monolito que para mí, tenía forma de nave espacial y los muros que lo rodeaban nos servirían, ya que corría bastante viento. Sacamos de la mochila los implementos, tomé unas cuantas hojas del papel periódico, las arrugué y las empapé con la bencina, Yesenia me observaba y luego hacía lo mismo con su parte. Agarré una de las cajas de fósforos y al tercer intento logré encender uno que lo tiré inmediatamente al periódico bañado en bencina.  La bola gigante de papel se encendió automáticamente y Yesenia y yo mirábamos el fuego felices, era como una especie de ritual que estábamos destinadas a celebrar, de pronto Yesenia dijo que ahora le tocaba a ella encender su propio fuego. Se agachó para tomar la caja de fósforos y sin darse cuenta derramó el pomo de bencina que estaba mal cerrado.  En ese instante se le prendió fuego a su zapato, parte de su pantalón y el fuego se esparció por toda la maleza que había alrededor nuestro y los periódicos que estaban en el piso. Fueron unos segundos en que pensé que Yesenia iba a morir quemada y yo saldría en todas las noticias de la nación como la niña que incendió un parque.  Mi reacción fue rápida y eficaz, para ser una niña de 12 años.  Tomé la mochila de Yesenia y la utilicé para apagar el fuego de su zapato, pantalón y luego continué pisando las malezas que comenzaban a esparcirse por el parque.  Terminé con mi acto de heroísmo y Yesenia estaba paralizada. Tenía los ojos llorosos y más saltones que nunca.  Estaba sudorosa y colorada por el calor del incendio.  Yo también estaba acalorada y muy nerviosa. Recogimos la mochila que estaba un poco quemada, lo mismo que su zapato y su pantalón, guardamos los materiales y partimos de vuelta a nuestras respectivas casas.  Mientras caminábamos de regreso le iba diciendo que jamás podía contarle lo que acababa de ocurrir a nadie, mucho menos a su madre, debía inventar cualquier cosa si le preguntaba por su mochila y por su pantalón quemado.
    Entre las tantas chiquilladas que hacía junto con Yesenia, recuerdo claramente cual fue la que tuvo peores consecuencias. Esa vez estuvieron involucradas mis hermanas, a quienes también lograba envolver en mis travesuras e ideas malvadas y ellas, en aquellos tiempos, nunca dudaban en hacer caso a lo que su hermana mayor les proponía.  Era un sábado por la tarde, y ahora se me había ocurrido que tocaba pintarrajear las paredes de la casa del vecino de enfrente.  Teníamos que arrancar los geranios del jardín de la misma propiedad y utilizaríamos los pétalos rojos de estas mismas flores para pintar las paredes.  Yo les iba dando las indicaciones de a donde iba pintando cada una, éramos 4 niñas y todas las paredes externas debían estar pintadas.  Una vez concluido el trabajo sucio, continuamos despreocupadas con nuestra rutina de juegos como si nada pasara. 
    Al día siguiente, que era domingo, alrededor del mediodía toda mi familia y yo nos íbamos a almorzar a la calle, como solíamos hacer casi todos los domingos.  Se abrió el portón automático de mi casa, mi papá iba sacando la camioneta del garaje, yo iba saliendo de la casa y mientras cada uno de mis hermanos se iba  acomodando en la camioneta, éramos una familia numerosa así que nos tomaba bastante acomodarnos todos en un solo carro, noté que afuera de la casa del vecino de enfrente estaba Yesenia llorando.  Estaba parada junto a una de las paredes que ayer habíamos pintarrajeado con los geranios arrancados del jardín de la misma casa.  A su lado en el piso había un balde y ella sostenía un trapo en la mano que luego se agachó a remojar en el mismo balde y prosiguió a limpiar la pared manchada con nuestros trazos.  Me quedé detenida mirándola sin saber qué hacer, ella volteó y nuestras miradas se cruzaron, ella con lágrimas en los ojos continuó limpiando la pared con el trapo mojado. En ese instante mis hermanas, que eran cómplices, también se dieron cuenta de lo que estaba pasando. Las tres nos subimos a la camioneta y nos fuimos a almorzar con mi familia mientras Yesenia nos veía partir. 
    Pasaron unos días y por intermedio de otros niños con los que también jugábamos en la calle, nos enteramos de que la vecina de enfrente, dueña de la casa, había ido a tocar la puerta de la propiedad de los ancianos donde vivían Yesenia y su madre y les había exigido que limpiarán las paredes pintadas. La mamá de Yesenia le había reclamado que nosotras también éramos parte de la palomillada, pero la señora no creía posible que nosotras, unas niñas de buena familia, podíamos ser capaces de hacer semejante fechoría. 
    Mis padres nunca se enteraron de lo sucedido y esa fue la última vez que ví a Yesenia.  Más adelante los niños del barrio sólo comentaban que su mamá ya no trabajaba en esa casa.






la colombiana

            Nos conocimos en la compañía colombiana para la que ambas trabajábamos en Miami.  Cuando yo entré a trabajar, ella ya llevaba va...